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Miedo: el guardián del alma o la cárcel del inconsciente

Martes, 11 de noviembre de 2025 23:39

¿Cuántas veces sentiste miedo? ¿A qué le temés realmente? ¿De cuántos miedos sos inconsciente? ¿Cuántas veces sentiste amor y preferiste callar por miedo al rechazo? ¿Cuántas veces llenaste tu agenda de actividades por miedo a la soledad o al vacío? ¿Cuántas veces sostuviste un trabajo que no amás por miedo a no tener, o permaneciste en una relación por miedo a no poder?

Hay infinitos miedos: miedo al rechazo, a no ser suficiente, a no poder, a estar solos, a que nadie nos ame, a no poder amar, miedo a no superar una situación.

Pero detrás de cada miedo, hay una historia. Y detrás de esa historia, hay un cerebro que intenta protegerte.

El miedo como código biológico. Desde la neurobiología, el miedo es una emoción primaria vinculada al sistema límbico, encargada de asegurar la supervivencia. Su centro más profundo es la amígdala cerebral, que actúa como una alarma temprana ante el peligro (Le Doux, 1998). Cuando esta se activa, el cuerpo se prepara: aumenta la frecuencia cardíaca, se libera cortisol y adrenalina, y el cerebro reptiliano toma el control.

El modelo de los tres cerebros de Paul Mac Lean (1990) nos permite comprender este fenómeno:

Cerebro reptiliano: responde instintivamente ante el peligro (huida, ataque o parálisis).

Cerebro límbico: almacena las memorias emocionales; asocia experiencias pasadas con el presente.

Neocorteza: permite razonar, reflexionar y resignificar la experiencia.

El problema aparece cuando el miedo deja de ser un aliado y se convierte en un patrón automático, cuando la amígdala reacciona aunque no haya peligro real. Allí, el cuerpo responde como si el pasado siguiera vivo en el presente.

"No somos prisioneros de la realidad, sino de las interpretaciones que hicimos de ella" - Carl G. Jung (1964).

Desde la psicología profunda, el miedo es la sombra del alma: la parte negada que busca integración. Jung planteaba que "aquello a lo que resistimos, persiste" (Jung, 1959). Cuando negamos el miedo, lo fortalecemos; cuando lo miramos, se transforma en guía.

La Gestalt, por su parte, propone el contacto pleno con la experiencia. Fritz Perls (1976) decía que "el miedo es la excitación sin respiración": una energía vital bloqueada que, en lugar de movilizarnos, nos paraliza. Reconocerlo, respirarlo y devolverle su movimiento natural permite que la energía vuelva a fluir.

El miedo auténtico -el que protege- es adaptativo; nos mantiene alertas, nos ayuda a sobrevivir. El miedo aprendido, en cambio, surge de experiencias previas, mandatos o traumas heredados, por lo tanto nos condiciona.

Desde la biodecodificación, el miedo es una información biológica que revela un conflicto no resuelto. Un miedo a volar, por ejemplo, puede simbolizar el temor a perder el control o a "no tener suelo firme", asociado al territorio, al padre o al sostén. En las constelaciones familiares, un miedo puede no ser propio sino heredado: "le temo al accidente" porque un ancestro vivió una tragedia similar. El cuerpo recuerda lo que la mente ignora.

Cuando reconocemos el origen, el síntoma pierde sentido.

Mirar el miedo es una forma de honrar lo que antes fue necesario para sobrevivir, pero hoy ya no lo es para vivir.

Un caso que nos invita a mirar. Hoy estoy hablando con un chico jovencito, no debe tener más de 18 años.

Y este chico tiene una fobia a los transportes, a los colectivos, a los aviones.

El tema de la velocidad le genera terror: miedo a tener un accidente.

Me contaba que pronto debe viajar, y solo pensar en subir a un avión lo paraliza.

Detrás de esa fobia, tal vez haya una memoria inconsciente de pérdida, un trauma simbólico o un mandato de no avanzar demasiado rápido. Desde la mirada integral, el objetivo no es eliminar el miedo, sino escucharlo, entender su mensaje y transformarlo en movimiento.

Podemos leer y ver algunas perspectivas para comprender, pero si estás atravesando alguna situación compleja o no, pero que te interfiere, busca acompañamiento. Es mucho lo que pagamos por permanecer en esas situaciones que nos limitan, avergüenzan o generan sufrimientos. Y para ir cerrando, te pregunto:

¿Qué pasaría si pudieras mirar tu miedo?

¿Y si ese miedo no es tuyo?

¿Y si tu miedo, en realidad, te ha protegido de algo que tu mente no recuerda pero tu cuerpo sí?

¿Qué cambiaría si pudieras agradecerle y liberarlo?

El miedo deja de dominar cuando se lo nombra.

Deja de doler cuando se lo comprende.

Y se transforma cuando se lo abraza.

El miedo no se vence, se trasciende.

Porque detrás del miedo está la vida, la libertad y el amor.

Cada vez que lo mirás con conciencia, tu sistema nervioso aprende que estás a salvo.

Y tu alma recuerda que nació para expandirse, no para esconderse.

Referencias: Jung, C. G. (1959). Aion, Researches in to the Phenomenology of theSelf, Princeton UniversityPress; Jung, C. G. (1964). Man and His Symbols. Doubleday; Le Doux, J. (1998). The Emotional Brain: The Mysterio us Underpinnings of Emotional Life. Simon&Schuster; MacLean, P. D. (1990). TheTriuneBrain in Evolution: Role in Paleocerebral Functions. Springer; Perls, F. (1976). Gestalt Therapy Verbatim. Real PeoplePress; Hamer, R. G. (1991). La nueva medicina germánica. Editorial Amici; Hellinger, B. (2004). Órdenes del amor. Herder.

(*) Licenciada en Psicología; coach ontológico profesional; magister en Salud Pública con mención en Atención primaria de la salud; especialista en Salud Pública; facilitadora en procesos de comunicación, resolución de conflictos, expansión de la conciencia, liderazgo; coordinación de grupos y conciencia de redes; y facilitadora en entrenamientos a líderes en gestiones de oratoria y comunicación. pamela_arraya@yahoo.com.ar, cel. 3884416256.

 

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