26 de Junio,  Jujuy, Argentina
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El secreto mágico de la montaña

Lunes, 20 de mayo de 2024 01:00
EL LLAMADO MÁGICO DE LA MONTAÑA, EL DE LA MUJER DORMIDA...

Son las doce de la noche y es hora de empezar a caminar. Encendemos las linternas adosadas a nuestros cascos, nos tomamos un minuto para encomendarnos a Dios, a la Pachamama, y al cielo, para que nuestra travesía a punto de iniciar, nos llene a todos y cada uno, de eso que estamos buscando. Chocamos puños y empezamos. Paso a paso, la mirada puesta en la tierra imperfecta, apenas iluminada, cubierta de piedras, gravilla y arena. Cada tanto, algunos pastos chamuscados por el reciente incendio. El incipiente grupo, conformado por diez personas que hasta hace unas pocas horas no se conocían entre sí, de a poco se va ordenando a lo largo de un estrecho camino serpenteante, en fila india, a una distancia no menor, y no mayor de un metro. La escueta charla inicial se va apagando, a medida que la inclinación del terreno exige mayor concentración, energía y recursos. Los bastones se clavan en la tierra, en coordinación con nuestros pasos. Al principio estoy entre los primeros cinco, pero soy lenta, me cuesta encontrar mi ritmo, me agito, entonces dejo pasar a mis compañeros, hasta que termino al final de la fila. Atrás mío, un guía camina en silencio, con la luz de su casco apagada, tan fresco y tranquilo que me parece etéreo, angelical.

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Son las doce de la noche y es hora de empezar a caminar. Encendemos las linternas adosadas a nuestros cascos, nos tomamos un minuto para encomendarnos a Dios, a la Pachamama, y al cielo, para que nuestra travesía a punto de iniciar, nos llene a todos y cada uno, de eso que estamos buscando. Chocamos puños y empezamos. Paso a paso, la mirada puesta en la tierra imperfecta, apenas iluminada, cubierta de piedras, gravilla y arena. Cada tanto, algunos pastos chamuscados por el reciente incendio. El incipiente grupo, conformado por diez personas que hasta hace unas pocas horas no se conocían entre sí, de a poco se va ordenando a lo largo de un estrecho camino serpenteante, en fila india, a una distancia no menor, y no mayor de un metro. La escueta charla inicial se va apagando, a medida que la inclinación del terreno exige mayor concentración, energía y recursos. Los bastones se clavan en la tierra, en coordinación con nuestros pasos. Al principio estoy entre los primeros cinco, pero soy lenta, me cuesta encontrar mi ritmo, me agito, entonces dejo pasar a mis compañeros, hasta que termino al final de la fila. Atrás mío, un guía camina en silencio, con la luz de su casco apagada, tan fresco y tranquilo que me parece etéreo, angelical.

Miro mi reloj, mientras hacemos una pausa de cinco minutos para tomar agua y comer. Son las dos de la mañana. Hemos caminado unos dos kilómetros hacia el cielo. Levanto la vista y me conmuevo con un cielo inmenso, repleto de estrellas y constelaciones. Una brisa suave acaricia mis mejillas, respiro profundo y dejo que el aire alivie mis músculos, mis pulmones. Estamos a 4200 metros sobre el nivel del mar, en las laderas de una montaña llamada La Mujer Dormida, y hasta los animalillos nocturnos se mueven en silencio para no alterar el sueño de la tierra.

Debemos reemprender la caminata, me dice mi guía/ángel de la guarda. Ajusto mi mochila a la espalda, me acomodo el casco y sigo, paso tras paso, piedra tras piedra. El resto del grupo nos anticipa. Hace rato que dejé de ver sus luces, de escuchar sus respiraciones. Nos llevan media hora de ventaja, calculamos. Pero no importa, esto no es una competencia con el otro. Entonces, ¿qué es? Pienso, y recuerdo que es la sexta montaña que escalo y, esta vez, el objetivo es pasar los cinco mil metros. Recuerdo también que, hasta ahora, nunca pude hacer cumbre, me quedé a cincuenta, o a cien metros, pero a la cima no llegué y, aún así, aquí estoy, escalando otra vez. ¿Y por qué? Si todas las veces anteriores sufrí mal de altura, y vomité infinitas veces, y me caí, y no hice cumbre. ¿Por qué vuelvo a intentar? Entonces me detengo para reflexionar mejor. Mientras respiro, miro a mi alrededor. El resplandor de una ciudad que desconozco marca el contorno del volcán Popocatépetl, Don Goyo le dicen, que despide una constante nube blanca para demostrar que sigue vivo y reinando en el valle. La luna, en cuarto creciente, me sonríe feliz mientras presume claramente sus cráteres grisáceos y una estrella fugaz cruza justo delante de ella. Miro hacia adelante, una pronunciada pendiente, cubierta de rocas enormes, se erige frente a mí y, en vez de recular, en vez de querer dar la vuelta y bajar corriendo, me dan ganas de seguir, de llegar más alto. Tal vez no a la cumbre de la montaña, sino a mi propia cumbre.

Entonces entiendo, es ese el llamado mágico de la montaña, el de la mujer dormida esta vez, que, con su brisa suave, me abarca en un susurro y me dice: vení, seguí, vos podés, no claudiques, no te rindas, estás cerca, un paso más, y luego otro, y otro más ...

... continuará.

 

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