20°
21 de Diciembre,  Jujuy, Argentina
PUBLICIDAD

Orejeros

Domingo, 21 de diciembre de 2025 23:33
INTÉRPRETE | TIENEN LA CULTURA EN LA SANGRE.

Deseo advertir que, al hablar de "orejeros", no me referiré aquí a quienes en la mesa de un bar y en el comienzo de cada mano, orejean sus barajas en un truco de cuatro. La inquietud va destinada a celebrar a aquellos que el sistema, cataloga como autodidactas. Al respecto su decir musical casi siempre es directo y ausente de semitonos y/o disonantes ya que, por la misma razón, no sabrían cómo aplicarlos.

Ciertamente su creatividad no da para perderse en disquisiciones propias de conservatorio. El orejero, no aspira a ser un referente para los colegas de pentagrama. Desde sus canciones ellos aspiran a conmover el alma de sus congéneres. Es así como al ser parte del enjundioso murmullo de los tablados y bodegones, sueltan su voz a la par de los instrumentos dando paso a un arte popular que, logra captar el interés de los parroquianos.

No es su genio académico musical el que consigue el silencio de quienes los escuchan. Ocurre que cantor a pura garganta y los instrumentistas son duchos en interpretar lo que la audiencia quiere escuchar: sus desesperanzas, sus alegrías, sus anhelos. Acordes básicos los sustentan y aquí, tomando palabras de Federico García Lorca, ellos tienen cultura en la sangre más allá que sean o no, virtuales analfabetos para los laboratorios musicales.

Su intuición, su talento innato y su prodigiosa memoria les dicta cuando el discurso poético les indica transitar, tonos mayores o menores. Siendo sus temáticas descriptivas de una realidad íntima y/o social es que se sienten más cerca de los letristas que de los poetas. Tal vez por ello es que los orejeros no componen e interpretan por método, oficio u obligación.

La conocida frase el pintor malagueño Pablo Picasso: "que la inspiración me sorprenda trabajando", no ocupa sus desvelos. Son los diálogos confesionales en las mesas de las cantinas, lo que despierta sus genios musicales para volverlos canción. Ahí radica su verdadero triunfo: instalarse en el sensible pecho del sufrido. Aprender por sí mismos, por observación o, por docentes improvisados y lejos de cánones de academias o conservatorios sería para estos últimos, paradigmas de lo no serio y por ello, carentes del respaldo que otorga el pentagrama.

Sus circunstancias de vida a menudo, están más cerca de los bordes que de los centros, Sin embargo y lejos de ser estos, un elemento desechable para todo academicista que se precie de tal, su arte es y ha sido a menudo, de suma utilidad. Pueden atestiguarlo los Mozart, los Bartok, Los Grieg, los Dvorak. Todos ellos y más, no dudaron en recurrir a dichas fuentes para embeberse así, de las creaciones del folklore popular europeo. Ahora estos, devenidos en cazadores de inspiración y a posteriori de un maceramiento escolástico musical, irrumpirían más tarde en los escenarios encumbrados donde es dueña y señora la música de cámara.

Y en nuestra América: Manuel Ponce en Méjico, Heitor Villa Lobos en Brasil, Vicente Sojó en Venezuela, etc. Y en Argentina Alberto Williams con su Rancho abandonado, Julián Aguirre con sus Aires Nacionales, C. López Buchardo con su Canción del Carretero, Alberto Ginastera con sus Impresiones de la Puna. Aunque de este último se dice que jamás pisó provincia alguna afectada por tal fenómeno climático. Nuestros Tristes, Vidalitas, Estilos, Yaraviés, Zamacuecas y otras especies que libremente desde el Virreinato para acá, andaban los caminos reales y sub alternos, todas ellas se encargaron de arropar al arte de los orejeros en cuanta chichería, tablado o pulpería los sorprendiera la tarde noche.

Así, estos espontáneos creadores de bellas músicas, no llegaban a traspasar los umbrales de los conservatorios siendo, por ende, los no habituales del saber académico. Pero, bastó que los mismos fueran validados por los reconocidos compositores ya mencionados y otros, para que dicho cancionero, de todos y de nadie, hicieran ruido en los aventajados oídos de los músicos escolásticos. Un reconocimiento por otra parte, no ambicionada por los orejeros de siempre. Y en este punto bien vale mencionarla cita del prestigioso musicólogo y director de orquestas jujeño, Eduardo Storni Armanini: "Ninguna obra es menor que su ignorancia". Él nos lo recuerda desde su libro: "Johann Strauss y su Dinastía" (Espasa Calpe S.A. Madrid 1986).

También son libres de la autocensura que suele oprimir a aquellos en exceso, dependientes de teorías y solfeos, claves, contrapuntos más composición a quienes sueles ocurrirles que, el saber institucional en demasía, acaba por matarles su espontaneidad y osadía creativa. Tal vez por ello los orejeros exploran caminos inesperados y crean silvestres armonías, las que consiguen atrapar finalmente a los adoradores del folclore fusión. Estos son, para que negarlo, consumados laboratoristas, empeñados en cadenciar la butifarra con el mes de agosto, acabando así, por arribar a la infelicidad de un chirle resultado. Por más que la complicidad de sus tribus se empeñe en discurrir sobre una verdad que fatalmente, no llegará.

Ahora bien, lo auténtico, lo genuino, lo que capta la sensibilidad de las mayorías de ninguna manera, debe oponerse al perfeccionamiento literario-musical que nos ofrecen las universidades, conservatorios e institutos con sus profesores egresados de dichos claustros. Por el contrario y para ello, recurrimos al ejemplo del gran Eduardo Falú quien, desde sus comienzos de orejero, desde su natal circunstancia y primeros años en El Galpón, provincia de Salta, conviviendo de lleno con el ámbito rural comarcano. Dichos comienzos, fueron las primeras semillas de su arte compositivo que, a más de su extenso y virtuoso repertorio nativo, lo llevó a crear bellas obras de Cámara. Al respecto y como ejemplo, allí está la Suite Argentina Número Uno. De igual modo su proverbial humildad de gentil caballero hizo que no dudara en convertirse en discípulo del gran compositor santafesino, Carlos Guastavino. Y ya finalizando en un último reconocimiento para todos aquellos orejeros nacidos con música en la sangre, que bien suenan las cuartetas de la Zambita del Orejero, de Hugo Alarcón y Horacio Aguirre:. . . Yo soy quien canta la copla / en el sol mayor del pueblo / no me sujetan las claves/ prisioneras del solfeo.

 

Temas de la nota

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD