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3 de Octubre,  Jujuy, Argentina
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No hagamos conjeturas, mejor preguntemos

Viernes, 03 de octubre de 2025 20:13

Hay algo muy humano en la tendencia a suponer. La mente, tan rápida y creativa, tiene la capacidad de llenar los vacíos de información con historias, hipótesis y conjeturas. Lo hace porque necesita comprender, porque teme lo incierto, porque prefiere inventar una explicación antes que quedarse en el silencio de lo que no sabe. Sin embargo, cuántas veces esas suposiciones se convierten en muros, en malentendidos, en heridas que podrían haberse evitado con un gesto tan sencillo como hacer una pregunta.

Cuántas veces, al no preguntar, hemos caído en interpretaciones erróneas: "no me llamó, seguro está enojado conmigo", "me contestó corto, ya no me quiere", "no me invitó, es que no me aprecia".

La mente corre veloz, llenando huecos con afirmaciones que parecen verdades, pero que rara vez lo son. Y mientras tanto, el corazón se carga de emociones innecesarias: tristeza, enojo, resentimiento, inseguridad. Todo por no dar el paso humilde y valiente de preguntar: "¿estás enojado conmigo?", "¿cómo te sentís?", "¿te pasó algo?".

Cuando nos animamos a preguntar en lugar de conjeturar, abrimos la puerta al encuentro. Preguntar es un acto de respeto, es darle al otro la oportunidad de expresarse con sus propias palabras. Es reconocer que no lo sabemos todo, que nuestra mirada es limitada, que nuestra interpretación puede estar teñida por miedos, inseguridades o historias pasadas. Es aceptar que necesitamos al otro para construir un sentido compartido.

Desde la Gestalt, se habla mucho de la importancia del contacto genuino: estar presente con lo que hay, con lo que el otro realmente trae, no con lo que imaginamos que trae. Preguntar es, entonces, una herramienta esencial para mantener ese contacto vivo y verdadero. Porque cuando pregunto, no nos quedamos atrapados en nuestra película interna, sino que nos acercamos a la realidad del otro, a su aquí y ahora.

A veces creemos que preguntar es signo de debilidad, como si mostrar que no sabemos fuese desventajoso. Sin embargo, es todo lo contrario: quien pregunta demuestra apertura, madurez y honestidad. Demuestra que prefiere la verdad, aunque sea incómoda, antes que la fantasía. No nos hace vulnerables, nos hace humanos y, sobre todo, nos hace responsables de nuestros vínculos. En la vida cotidiana abundan los ejemplos.

Una madre que interpreta el silencio de su hijo adolescente como desinterés o rechazo, cuando en realidad él está atravesando su propio torbellino interno. Una amiga que se siente desplazada porque no fue invitada a un encuentro, sin saber que la reunión fue improvisada y que en realidad la extrañaron. Una pareja que discute por horas porque cada uno está convencido de que entiende lo que el otro quiso decir, sin haber preguntado antes para confirmar.

Las conjeturas nos separan. Las preguntas nos acercan y traen claridad. Las conjeturas nos llenan de ruido. Y aquí hay algo muy importante: preguntar no significa interrogar. No se trata de buscar al culpable ni de poner al otro contra la pared. En este sentido, es un arte. Es abrir un espacio de diálogo con ternura, con apertura y sin juicios previos. Es animarse a decir: "quiero comprenderte mejor", "quiero escucharte", "quiero saber cómo estás realmente". El tono con que se formula la pregunta lo cambia todo. No es lo mismo decir "¿por qué no me llamaste?" que "me quedé pensando en vos, ¿cómo estás?". No es lo mismo preguntar "¿te pasa algo conmigo?" desde la sospecha, que preguntar "te noto diferente, ¿querés contarme qué sentís?". La intención que ponemos en la pregunta marca la diferencia entre generar defensa o generar confianza.

Cuando elegimos preguntar en lugar de conjeturar, también nos damos un regalo a nosotros mismos: la paz de no vivir atrapados en la incertidumbre. Porque muchas veces la mente inventa escenarios terribles que nos hacen sufrir en vano. Y el 90% de las veces, cuando finalmente preguntamos, descubrimos que nada de lo que imaginamos era cierto. Qué alivio comprobarlo. Qué descanso soltar esas películas mentales.

Incluso en los grupos de trabajo o en la vida comunitaria, preguntar evita roces y fortalece los vínculos. En lugar de suponer "no me avisaron porque no me consideran", podemos preguntar "¿me podrían contar cómo organizaron esto?". En lugar de imaginar "si no me dieron lugar es porque no confían en mí", se puede preguntar "¿hay algo que esperan de mí en esta tarea?". Ese pequeño cambio de actitud crea confianza, abre caminos de cooperación y evita resentimientos innecesarios.

Preguntar también implica aprender a escuchar la respuesta, sin interrumpirla, sin querer acomodarla a lo que yo pensaba. Preguntar de verdad es abrir un espacio y sostenerlo con paciencia, aunque la respuesta no sea la que esperaba, aunque me incomode, aunque toque alguna herida. Porque si no estoy dispuesto a escuchar lo que el otro tiene para decir, entonces no estoy preguntando, estoy buscando confirmación para mis ideas.

Al aprender a preguntar, nos entrenamos en la humildad, en el respeto y en la empatía. Reconocemos que el otro es un universo propio, irrepetible, que solo él puede explicar desde dentro. Y al hacerlo, tejemos lazos más sólidos, más reales, más libres de fantasmas.

En el fondo, preguntar es también una manera de cuidarnos mutuamente. Porque cuando pregunto, evito herirme y herir al otro con acusaciones infundadas. Cuando pregunto, elijo el camino de la verdad compartida en lugar de la soledad de mis pensamientos. Cuando pregunto, me hago cargo de mi necesidad de claridad y al mismo tiempo le ofrezco al otro la posibilidad de mostrarse tal cual es.

Quizás la práctica más difícil sea la de preguntarnos a nosotros mismos antes de salir corriendo a imaginar lo que el otro quiso decir o hacer. Preguntarnos: "¿tengo pruebas de lo que estoy pensando o son solo suposiciones?", "¿qué pasaría si en lugar de quedarme con esta idea, voy y pregunto?". Esa autoindagación es un acto de conciencia que nos ayuda a desactivar el hábito de suponer.

Si de algo estoy convencida es de que muchos conflictos, grandes y pequeños, podrían haberse evitado si alguien hubiera hecho una pregunta a tiempo. Si en lugar de dejar que el silencio se llene de historias inventadas, hubiésemos dicho simplemente: "¿me lo podés aclarar?".

Por eso, este es un llamado sencillo pero profundo: no hagamos conjeturas, mejor preguntemos. No nos enredemos en suposiciones que nos alejan, no nos dejemos atrapar por interpretaciones que hieren. Elijamos la claridad, la honestidad, el diálogo.

Preguntar es abrir una ventana donde antes había un muro. Es poner un puente donde antes había distancia. Es el lenguaje del amor, porque amar es también querer comprender al otro más allá de mis ideas. Y al final, cuando la vida nos ponga de nuevo en esa encrucijada entre inventar una historia o animarnos a preguntar, que recordemos esta verdad tan simple como poderosa: la pregunta sincera siempre nos acerca más a la paz que la conjetura. Namasté. Mariposa Luna Mágica. (Correo electrónico: [email protected]).

 

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