18 de agosto. Los jujeños aman el mes de agosto, pero también le tienen miedo. Muchos esperan que pase rápido, volando como un ave que huye.
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18 de agosto. Los jujeños aman el mes de agosto, pero también le tienen miedo. Muchos esperan que pase rápido, volando como un ave que huye.
Mi mano tiembla al recordar. Casi siento ese temblor, como una ola en la ruta. Dos semanas antes, los pájaros escapaban en los cielos como presintiendo un terremoto.
Nos bajamos del colectivo al mismo tiempo. Apenas el reloj marcó la cinco me levanté. Un día más, un día menos.
La jubilación estaba cercana. El colectivo paró en una cuadra de la curva, cerca del pueblo de San Pedro. Había un vacío al lado de mi asiento. Subió al colectivo una maestra agitada. Entelequia. Su rostro suplicaba un descanso, un barbijo cubría sus labios. Legado de la pandemia.
Su rostro nítido, así de pálido, mezclado con la neblina de la matina. A los lejos parecía nacer, un nuevo amanecer. Me dijo que iba hacerse cargo de una vieja escuela cerca del puente Lavayén.
Pensé ingenuamente que iban a abrir una nueva escuela. Pero me dijo que era la escuela de Media Luna, allí se hacía cargo de un grado. Es mi escuela, la conozco hace 40 años, generaciones y generaciones.
Seremos buenas compañeras pensé, ella pensó lo mismo. La imaginación jugó como una cometa en un viento de marzo. Ella dijo que el mundo está dado vuela y por eso pedía un traslado a un lugar tranquilo.
Hace mucho que no salía de casa, se sentía prisionera. Me acordé de un viejo tango, pensé... Me acuerdo de la lectura en voz alta de mi hijo sobre las metáforas del fracaso, el sin rumbo de Cambaceres. Ya estamos cerquita.
El colectivo se detuvo. Aquí es, le dijeà Bajé primero como guiándola hacia el recinto principal, sentí un suspiro cercano, su aliento de esfuerzo, un último suspiro. Ella iba detrás de mí.
Luego me dirigí hacia mi lugar de trabajo. Fui al fueguero, recogí un par de leñas, una brisa pasó por mi rostro dejando unas huellas imperceptibles. Y de repente no vi nada. ¿Nadie más que yo la vio? Pregunté a mis compañeras, serán las casualidades que no existen.
Barriendo la entrada de la puerta principal, encontré un papel añejo, amarillento con una fecha de designación y el número impreso con tinta azul de esas máquinas que ya no existen. Hacía falta encender de nuevo la hoguera, utilicé la vetusta designación
para prender de nuevo el fuego.