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16 de Julio,  Jujuy, Argentina
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Alfarería de Piscuno que se luce y desafía el paso del tiempo

El artesano Ariel Castillo deja ver, en su trabajo cotidiano, toda la enseñanza de sus abuelos.
Martes, 23 de agosto de 2022 01:03

Se dice que lo sagrado de la tierra se honra en cada agosto para agradecer la providencia a través de rituales que le hacen honor al origen del todo. En las manos alfareras, este sentido del respeto cobra un valor excepcional. Se trata de venerarla por ser el alma de una labor convertida en pieza corpórea, de un trabajo que lleva generaciones transitando tiempo y espacios.

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Se dice que lo sagrado de la tierra se honra en cada agosto para agradecer la providencia a través de rituales que le hacen honor al origen del todo. En las manos alfareras, este sentido del respeto cobra un valor excepcional. Se trata de venerarla por ser el alma de una labor convertida en pieza corpórea, de un trabajo que lleva generaciones transitando tiempo y espacios.

Hace más de medio siglo, Lorenza Mamani de Casira y Gregoria Párraga de Calahoyo iniciaron su trabajo en aquellos rincones de la Puna, agradeciendo a la tierra que les proveía de una preciada arcilla para modelar su presente en utensilios rústicos, pero con una fuerza irrepetible y nada fugaz. Acompañadas de sus esposos Luis Castillo y Exaltación Santos, respectivamente, tuvieron hijos que encontraron en este saber una forma de expresión pero también un medio de subsistencia. Así, nacieron Néstor Castillo y Alejandra Santos, por otro lado, que tomaron entre sus manos esta enseñanza magnífica continuada con un sentir de lo tradicional asociado al recuerdo bendecido de sus mayores.

Con una gran dedicación ambos unieron sus vidas en Piscuno -Santa Catalina- donde el hijo de ambos, Ariel Castillo, se volvió un artesano de ley, criado en la comunidad donde la felicidad aún se vive en días simples. Este artista de las manos lleva en su sangre el saber que generaciones atrás habían marcado su destino. Y abrió paso a la inventiva desde su primera infancia donde hacía que el proceso parezca fácil con tan sólo la ayuda de un palito de madera. Así, en su palma en miniatura las miniollitas de barro nacían listas para ser souvenirs. Hoy, siendo hombre, logra recrear en su mente aquellos trabajos que miraba hacer cuando era pequeño y los hace aparecer entre sus manos, como si fuera uno de aquellos tesoros extraídos con cariño de su recuerdo.

"Mis abuelas decían que nací con la mano para trabajar la arcilla y después continuando con mi mamá que me enseñó lo que hoy sé", dijo el artesano que no de casualidad eligió este oficio para efectuarlo con afecto. Desde el primer instante, tocar la arcilla es una gloria fría que sólo pocos pueden sentir tan a fondo como él. Cuando se dispone a trabajar, lo fresquito de la tierra húmeda lo atraviesa desde las yemas de los dedos y hasta que se termina de percibir en la palma de las manos, todavía sin una forma definida. "Cada vez que empiezo a trabajarla siento algo muy lindo, se me vienen muchos recuerdos", aclaró que con los secretos del día a día, salen a la luz en jarras, materas, tazas, platos y cazuelas. "Este saber con respecto a la alfarería atravesaron generaciones, esa gente ya ha desaparecido y todos venían con esa costumbre, muy ancestral. Ellos así generaban sus ingresos para vivir. Era como una única salida para poder solventar los gastos. "Aprendí en las tardes cuando salía de la escuela.

PISCUNO | LUGAR DE ORIGEN DONDE EL TRABAJADOR APRENDIÓ SU OFICIO.

No hacía de las grandes porque me costaba. Los souvenirs que hacía en ese tiempo también se usaban para centro de mesa y los floreros de tamaño chiquito. Yo aprendí a hacer ollas chiquitas, aprendí a hacer manual. Agarraba la arcilla y me acostumbré a ponerle las orejitas, con las manos y la ayuda de un palito tipo lápiz, le hacía el agujerito. Algunas veces lo vendíamos insertado en hilo y otras veces en cajas para contar más rápido, lo más fácil era estirar los costados como bordes", dijo con lujo de detalles como si en el aire, mirara la pieza que describía en palabras.

"En cuanto a las vasijas hay de dos, de tres y hasta de cinco litros a las que hay que hacerlas sobre algún taquito o base para levantar sobre otras maderas denominadas ruanas", indicó con entusiasmo que fue más notorio cuando destacó que el torno para las piezas nunca fue utilizado a pesar de estar allí. "Al torno lo tenían mis abuelos pero no lo usaban, ni mis padres tampoco porque se utilizaba mucha agua. El torno gira continuo y hay que ser rápido para que las manos no se peguen en la arcilla. Mi mamá decía que era mejor no usarlo por la humedad. Por eso lo que hacía y hago es todo manual para que con el sol se seque mejor". Así, la arcilla se prepara mejor para cuando la lluvia está ausente.

"Hay que trabajarla hasta que seque bien, se la raspa y afina, cuando es más húmedo, se desfigura un poco. Se usan las tablitas para sostenerlas. No es que estén rotas o rajadas pero si se mueven, se inclinan y ya no quedan bien. Por eso lo mejor es trabajar en otoño e invierno, más o menos desde marzo y hasta noviembre el momento que se realiza la artesanía", comentó. Floreros, veleros, platillos, candelabros, sahumerios, ojales y dedales son algunas de las artesanías que a la gente le encanta.

"Mi señora es de Casira, el pueblo reconocido mundialmente y donde se realiza la mayor parte de artesanía. Es bueno hacer conocer nuestro trabajo en las ferias, es muy lindo brindarlo a todos", revelando al final, con alegría, el hecho de poner en acción familiar que termina siendo legado que es patrimonio jujeño.

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