El tío Superio tenía el vicio del juego, nos contaba Blanca, y a raíz del juego fue que tuvo muchas deudas. Algunas las fue saldando, alguna vez las pagó la abuela con esa compasión que las madres tienen por los hijos más débiles, hasta que una noche lo vimos llegar francamente destrozado. El temblor de sus manos, sus ojeras señalaban que acaso esa vez le haya pedido a personas peligrosas, que debía pagar para seguir viviendo y entró a la habitación de la abuela donde se los escuchó discutir. Todos recordábamos ese brazalete de perlas, del que la abuela nos había prohibido saber incluso su valor.
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El tío Superio tenía el vicio del juego, nos contaba Blanca, y a raíz del juego fue que tuvo muchas deudas. Algunas las fue saldando, alguna vez las pagó la abuela con esa compasión que las madres tienen por los hijos más débiles, hasta que una noche lo vimos llegar francamente destrozado. El temblor de sus manos, sus ojeras señalaban que acaso esa vez le haya pedido a personas peligrosas, que debía pagar para seguir viviendo y entró a la habitación de la abuela donde se los escuchó discutir. Todos recordábamos ese brazalete de perlas, del que la abuela nos había prohibido saber incluso su valor.
Ese brazalete lo había dejado sobre la mesa la mujer a la que ayudara en esa noche tan fría, alimentándola a ella y a sus cuatro hijos, pero no pudimos devolvérselo, como quiso la abuela, porque nadie en el barrio la había visto irse de nuestra casa. Desde entonces, la joya estaba guardada en uno de los cajones, y nadie se animaba a reclamarlo, ni siquiera a mirarlo.
La abuela aseguraba que de verlo, de usarlo o de conocer su valor, no hablo siquiera de empeñarlo o de venderlo, aquel acto de bondad con la mujer y sus hijos habría sido en vano, y de eso habrán discutido y ella se habrá negado, así que volvió el silencio, se hizo la noche y recién por la mañana vimos que estaba abierto el cajón donde lo guardaba. Todos sospechamos del tío Superio, pero ni él ni el brazalete estaban ya en la casa, y desde ese día la abuelita fue que se empezó a morir. Era triste verla consumirse de tristeza, pero no pudimos hacer nada.