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Alberto priorizará el crecimiento por encima de la inflación

Domingo, 17 de noviembre de 2019 01:01

En medio de un contexto internacional totalmente convulsionado e impredecible, Alberto Fernández se encuentra ante una encrucijada para nada agradable en el plano local: priorizar la recuperación de la economía manteniendo altas tasas de inflación o apostar a un crecimiento moderado reduciendo de forma más acelerada la volatilidad en los precios. ¿A cuál de esas fórmulas se apegará el presidente electo desde el 11 de diciembre? Todo indica que a la primera, apelando a una emisión monetaria cercana a los 40 mil millones de pesos para gastos sociales y a un complejo pacto de precios y salarios, con subas que rondarían entre el 35 y el 40 por ciento.
En el equipo económico del futuro jefe de Estado están convencidos que sin una fuerte inyección de plata en los sectores más postergados no se recuperará el consumo en el corto plazo, demorando la generación de empleo genuino en las pymes y el resurgimiento de la industria nacional. En síntesis, lo que el kirchnerismo siempre denominó la “rueda virtuosa de la economía”.
“La inflación es un impuesto a la pobreza que distorsiona toda la economía, eso lo tenemos en claro. Pero el desempleo y el hambre son urgencias que el Estado debe atender ya mismo, esa es una decisión tomada”, aseguró ayer a El Tribuno un influyente miembro del “albertismo” que pidió reserva de su identidad. 
Además de la “maquinita” del Banco Central, el Gobierno peronista buscará recursos en el sector agropecuario con una suba de las retenciones y también aumentando la carga impositiva a los bienes de los argentinos en el exterior. ¿Alcanzan esos fondos para dar una real lucha contra el hambre? Por supuesto que no, pero en el entorno de Alberto confían en que una vez renegociada la deuda se reabra el crédito internacional para el país. “Nos interesa retornar al mercado de capitales, pero no está en los planes volver a pedirle plata al Fondo”, aseguró una fuente que está al tanto de las negociaciones.
El perfil progresista del casi seguro ministro de Economía y Producción, Matías Kulfas, refuerza aún más la idea de que las políticas ortodoxas en materia de gasto público no serían el foco de la próxima gestión, como sí lo fueron durante los cuatro años del gobierno de Mauricio Macri, en los que se frenó la actividad comercial, se perdió poder adquisitivo del salario y -pese a eso- se disparó la inflación a niveles absurdos.
La designación de un economista mucho más duro en materia fiscal como Guillermo Nielsen, quien ocuparía el ministerio de Finanzas, tiene más que ver con la confianza que genera en los acreedores externos para renegociar la deuda que con un eventual plan de ajuste generalizado en las cuentas del Estado. 
Por lo que trascendió hasta ahora, que no es mucho, la idea de Alberto no sería ni el desconocimiento de la deuda por ilegítima ni una quita del capital, como le reclaman varios sectores internos, sino un fuerte estiramiento de los plazos para cancelar esos compromisos.
¿Contará Argentina con el apoyo clave de Estados Unidos a la hora de sentarse a negociar con el Fondo Monetario Internacional? Ese es uno de los interrogantes más trascendentes que afrontará Fernández al inicio de su gestión. No son pocos los analistas que condicionan el respaldo de Donald Trump a las decisiones que tome la Cancillería respecto a la crisis en Venezuela y Chile y al golpe de Estado en Bolivia.
De producirse un hecho de esas características, no sería la primera vez ni tampoco la última que la Casa Blanca utilice su influencia económica a nivel mundial como una moneda de cambio para su estrategia geopolítica. De todos modos, las conversaciones entre el gobierno electo y Washington comenzaron pocos días después de las Paso, cuando Alberto Fernández se transformó en virtual jefe de Estado con cuatro meses de anticipación.
El Gabinete económico también contará con Miguel Pesce en el Banco Central, con Mercedes Marcó del Pont en la Afip, con Luona Volnovich en el Pami, con Claudio Moroni en Trabajo, con Gabriel Katopodis en Infraestructura, con Daniel Arroyo en Desarrollo Social y con Cecilia Todesca probablemente como asesora presidencial. De todos ellos, sólo dos son muy cercanos a Cristina Kirchner: Marcó del Pont y Volnovich, el resto es todo albertismo puro. 
Ya es casi un hecho que Marcela Losardo será la ministra de Justicia, que Pablo Yedlin o Ginés González García irán a Salud, que Vilma Ibarra será la secretaria de Legal y Técnica, que Nicolás Trotta irá a Educación, que Alberto Iribarne manejará la Inteligencia, que Diego Gorgal será ministro de Seguridad, que Malena Galmarini será ministra de Igualdad y Género, que María Eugenia Bielsa irá a Vivienda y que Santiago Cafiero será el jefe de Gabinete. 

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En medio de un contexto internacional totalmente convulsionado e impredecible, Alberto Fernández se encuentra ante una encrucijada para nada agradable en el plano local: priorizar la recuperación de la economía manteniendo altas tasas de inflación o apostar a un crecimiento moderado reduciendo de forma más acelerada la volatilidad en los precios. ¿A cuál de esas fórmulas se apegará el presidente electo desde el 11 de diciembre? Todo indica que a la primera, apelando a una emisión monetaria cercana a los 40 mil millones de pesos para gastos sociales y a un complejo pacto de precios y salarios, con subas que rondarían entre el 35 y el 40 por ciento.
En el equipo económico del futuro jefe de Estado están convencidos que sin una fuerte inyección de plata en los sectores más postergados no se recuperará el consumo en el corto plazo, demorando la generación de empleo genuino en las pymes y el resurgimiento de la industria nacional. En síntesis, lo que el kirchnerismo siempre denominó la “rueda virtuosa de la economía”.
“La inflación es un impuesto a la pobreza que distorsiona toda la economía, eso lo tenemos en claro. Pero el desempleo y el hambre son urgencias que el Estado debe atender ya mismo, esa es una decisión tomada”, aseguró ayer a El Tribuno un influyente miembro del “albertismo” que pidió reserva de su identidad. 
Además de la “maquinita” del Banco Central, el Gobierno peronista buscará recursos en el sector agropecuario con una suba de las retenciones y también aumentando la carga impositiva a los bienes de los argentinos en el exterior. ¿Alcanzan esos fondos para dar una real lucha contra el hambre? Por supuesto que no, pero en el entorno de Alberto confían en que una vez renegociada la deuda se reabra el crédito internacional para el país. “Nos interesa retornar al mercado de capitales, pero no está en los planes volver a pedirle plata al Fondo”, aseguró una fuente que está al tanto de las negociaciones.
El perfil progresista del casi seguro ministro de Economía y Producción, Matías Kulfas, refuerza aún más la idea de que las políticas ortodoxas en materia de gasto público no serían el foco de la próxima gestión, como sí lo fueron durante los cuatro años del gobierno de Mauricio Macri, en los que se frenó la actividad comercial, se perdió poder adquisitivo del salario y -pese a eso- se disparó la inflación a niveles absurdos.
La designación de un economista mucho más duro en materia fiscal como Guillermo Nielsen, quien ocuparía el ministerio de Finanzas, tiene más que ver con la confianza que genera en los acreedores externos para renegociar la deuda que con un eventual plan de ajuste generalizado en las cuentas del Estado. 
Por lo que trascendió hasta ahora, que no es mucho, la idea de Alberto no sería ni el desconocimiento de la deuda por ilegítima ni una quita del capital, como le reclaman varios sectores internos, sino un fuerte estiramiento de los plazos para cancelar esos compromisos.
¿Contará Argentina con el apoyo clave de Estados Unidos a la hora de sentarse a negociar con el Fondo Monetario Internacional? Ese es uno de los interrogantes más trascendentes que afrontará Fernández al inicio de su gestión. No son pocos los analistas que condicionan el respaldo de Donald Trump a las decisiones que tome la Cancillería respecto a la crisis en Venezuela y Chile y al golpe de Estado en Bolivia.
De producirse un hecho de esas características, no sería la primera vez ni tampoco la última que la Casa Blanca utilice su influencia económica a nivel mundial como una moneda de cambio para su estrategia geopolítica. De todos modos, las conversaciones entre el gobierno electo y Washington comenzaron pocos días después de las Paso, cuando Alberto Fernández se transformó en virtual jefe de Estado con cuatro meses de anticipación.
El Gabinete económico también contará con Miguel Pesce en el Banco Central, con Mercedes Marcó del Pont en la Afip, con Luona Volnovich en el Pami, con Claudio Moroni en Trabajo, con Gabriel Katopodis en Infraestructura, con Daniel Arroyo en Desarrollo Social y con Cecilia Todesca probablemente como asesora presidencial. De todos ellos, sólo dos son muy cercanos a Cristina Kirchner: Marcó del Pont y Volnovich, el resto es todo albertismo puro. 
Ya es casi un hecho que Marcela Losardo será la ministra de Justicia, que Pablo Yedlin o Ginés González García irán a Salud, que Vilma Ibarra será la secretaria de Legal y Técnica, que Nicolás Trotta irá a Educación, que Alberto Iribarne manejará la Inteligencia, que Diego Gorgal será ministro de Seguridad, que Malena Galmarini será ministra de Igualdad y Género, que María Eugenia Bielsa irá a Vivienda y que Santiago Cafiero será el jefe de Gabinete. 

La política

El mandatario electo, sin haber asumido, ya se transformó en el máximo referente del progresismo en la región. El golpe de Estado en Bolivia, la crisis terminal del chavismo en Venezuela, la incertidumbre electoral en Uruguay y la aparición de Jair Bolsonaro en Brasil dejaron a Fernández el camino libre para ese protagonismo. Ni lerdo ni perezoso, el próximo presidente argentino le ofreció asilo político a Evo Morales desde el 11 de diciembre y se mostró activamente durante todo el conflicto en el país del Altiplano.
Esa representación tácita que está tomando Alberto trae consigo varios riesgos en materia de relaciones bilaterales. El vínculo con Brasil, sin lugar a dudas, es el que más afectado se estaría viendo hasta ahora. Felipe Solá, el futuro canciller de Alberto, tendrá un duro trabajo en reorientar esa alicaida relación. 

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