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13 de Agosto,  Jujuy, Argentina
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La obra de Kartun, un placer "terrenal"

Viernes, 02 de septiembre de 2016 01:30
<div>OBRA/ ESCENA DE NUESTRA SEÑORA DE LAS NUBES.</div><div>
Entretenida y para pensar, con toques de humor ácido y profundo, la obra "Terrenal. Pequeño misterio ácrata", de Mauricio Kartun, se presentó el martes pasado, en el marco del Festival Relevos. El Teatro Mitre se puso de pie para aplaudir esta puesta argentina que forma parte de la programación.
"Terrenal" lleva tres años de éxito en el Teatro del Pueblo, en Buenos Aires. Unánimemente elogiada, diarios tan opuestos como Página/12 y La Nación la han calificado con el máximo puntaje. Para "Terrenal" no existe brecha, y sin embargo, podría decirse que la brecha es su tema central. No la brecha coyuntural actual, o por lo menos no sólo ella. En cambio, se trata de pensar nuestros conflictos humanos existenciales y nuestra relación con la propiedad.
Precisamente, el director parte de la versión del mito de Caín y Abel del historiador Flavio Josefo (año 93 D.C.), quien la relata así: "Adán y Eva tuvieron dos hijos varones. El mayor se llamaba Caín, nombre que traducido significa posesión, y el pequeño Abel, que significa nada. (...) Mientras Abel, el más joven se dedicaba a la vida pastoril, Caín pensaba únicamente en la riqueza y por ello fue el primero que tuvo la ocurrencia de arar a la tierra".
De modo que el conflicto entre los hermanos se presenta en términos del hacer (representado por Caín) y el estar (representado por Abel). En la obra, que es una reescritura actual y urbana del mito, los hermanos poseen un lote de tierra en común, dejado para ellos por un padre (Tatita) que se ha marchado en busca de mejores oportunidades.
Desamparados y abandonados, la relación entre ambos es conflictiva por su carácter antagónico. Abel es vendedor de carnada en la ruta por la que pasan los pescadores que van hacia el río Tigris. Su modo de vida nómade desconoce de limitaciones espaciales y culturales, lo que lo vuelve un ser inseguro acerca de la razón de la existencia (si es que hay alguna). Fundamentalmente anárquico, sobre todo se hace preguntas existenciales acerca de las razones de Tatita para haberlos abandonado así en el mundo, con esa parcela concreta de tierra como única referencia.
Caín, por su parte, produce morrones en su parte del terreno, que luego comercia. Con una perspectiva más mercantil y pragmática, trata de construir más certezas que preguntas, y para ello son fundamentales los rituales basados en la demarcación del terreno, el trabajo y la acumulación. Con ello justifica su propia existencia y cree estar honrado el legado de su padre.
En la versión bíblica Caín es el "malo", puesto que Dios prefiere los frutos espontáneos y naturales recogidos por Abel antes que los producidos por el trabajo y la fuerza humana. Esta preferencia lleva a Caín a matar a su hermano y por ello Flavio Josefo vincula a Caín con la ambición de poder.
Sin embargo, en "Terrenal", Mauricio Kartun se interesa antes por poner en escena el conflicto que por señalar buenos y malos. Al final de cuentas, Abel y Caín son distintas formas de enfrentar un mismo desamparo. El diccionario define la acracia, a la que refiere el subtítulo, como "la doctrina política que pretende la desaparición del Estado y de sus organismos e instituciones representativas y defiende la libertad del individuo por encima de cualquier autoridad". La pregunta que propone la obra es "¿qué pasaría en un mundo sin Dios ni Estado", es decir, sin Tatita?". Ese es el misterio que abre la obra.
Se disparan así múltiples interpretaciones. Caín puede ser la representación del hombre rebelde, el hombre que erige su propio destino con las herramientas que tiene a mano, sosteniendo en las "ficciones" de la cultura y el trabajo su seguridad ontológica. O puede ser el hombre acrítico, sumiso, que no se cuestiona las creencias, las normas, las imposiciones de la cultura. O puede ser el representante del hombre moderno, obsesionado por la propiedad, eje fundamental sobre el que se erige el sistema económico, social y cultural actual. En esa última dirección, la obra de Kartun nos pone a pensar en el concepto de "propiedad" como una construcción social, donde el "ser" es igual a "tener".
Como si ese enfrentamiento entre hermanos no fuera suficiente, la obra aumenta en intensidad con el regreso de Tatita, con cierto aspecto de patrón rural y acento de provincia argentina. Pero el padre no pone orden, sino que resalta las diferencias entre hermanos para resignificar la cuestión de la relación con el otro y reivindicar la dialéctica, la lucha entre contrarios, como un modo de avance hacia mejores condiciones históricas.
Hay, además, guiños constantes a la historia argentina reciente y no tan reciente.
Pero no sólo en lo argumental sobresale la obra de Kartun, sino también en el lenguaje poético, combinado por la justa dosis de humor y sarcasmo. Partiendo de un leguaje cercano al popular rural, se va enrareciendo y poetizando en la medida que profundiza en las contradicciones, sin perder nunca la referencia a aquel.
Al final de cuentas, la obra habla de lo más profundo del ser humano, de nuestras actitudes frente a la otredad, en el pedazo de tierra en que tratamos de construir nuestro pequeño paraíso que es, siempre, terrenal y efímero.
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Entretenida y para pensar, con toques de humor ácido y profundo, la obra "Terrenal. Pequeño misterio ácrata", de Mauricio Kartun, se presentó el martes pasado, en el marco del Festival Relevos. El Teatro Mitre se puso de pie para aplaudir esta puesta argentina que forma parte de la programación.
"Terrenal" lleva tres años de éxito en el Teatro del Pueblo, en Buenos Aires. Unánimemente elogiada, diarios tan opuestos como Página/12 y La Nación la han calificado con el máximo puntaje. Para "Terrenal" no existe brecha, y sin embargo, podría decirse que la brecha es su tema central. No la brecha coyuntural actual, o por lo menos no sólo ella. En cambio, se trata de pensar nuestros conflictos humanos existenciales y nuestra relación con la propiedad.
Precisamente, el director parte de la versión del mito de Caín y Abel del historiador Flavio Josefo (año 93 D.C.), quien la relata así: "Adán y Eva tuvieron dos hijos varones. El mayor se llamaba Caín, nombre que traducido significa posesión, y el pequeño Abel, que significa nada. (...) Mientras Abel, el más joven se dedicaba a la vida pastoril, Caín pensaba únicamente en la riqueza y por ello fue el primero que tuvo la ocurrencia de arar a la tierra".
De modo que el conflicto entre los hermanos se presenta en términos del hacer (representado por Caín) y el estar (representado por Abel). En la obra, que es una reescritura actual y urbana del mito, los hermanos poseen un lote de tierra en común, dejado para ellos por un padre (Tatita) que se ha marchado en busca de mejores oportunidades.
Desamparados y abandonados, la relación entre ambos es conflictiva por su carácter antagónico. Abel es vendedor de carnada en la ruta por la que pasan los pescadores que van hacia el río Tigris. Su modo de vida nómade desconoce de limitaciones espaciales y culturales, lo que lo vuelve un ser inseguro acerca de la razón de la existencia (si es que hay alguna). Fundamentalmente anárquico, sobre todo se hace preguntas existenciales acerca de las razones de Tatita para haberlos abandonado así en el mundo, con esa parcela concreta de tierra como única referencia.
Caín, por su parte, produce morrones en su parte del terreno, que luego comercia. Con una perspectiva más mercantil y pragmática, trata de construir más certezas que preguntas, y para ello son fundamentales los rituales basados en la demarcación del terreno, el trabajo y la acumulación. Con ello justifica su propia existencia y cree estar honrado el legado de su padre.
En la versión bíblica Caín es el "malo", puesto que Dios prefiere los frutos espontáneos y naturales recogidos por Abel antes que los producidos por el trabajo y la fuerza humana. Esta preferencia lleva a Caín a matar a su hermano y por ello Flavio Josefo vincula a Caín con la ambición de poder.
Sin embargo, en "Terrenal", Mauricio Kartun se interesa antes por poner en escena el conflicto que por señalar buenos y malos. Al final de cuentas, Abel y Caín son distintas formas de enfrentar un mismo desamparo. El diccionario define la acracia, a la que refiere el subtítulo, como "la doctrina política que pretende la desaparición del Estado y de sus organismos e instituciones representativas y defiende la libertad del individuo por encima de cualquier autoridad". La pregunta que propone la obra es "¿qué pasaría en un mundo sin Dios ni Estado", es decir, sin Tatita?". Ese es el misterio que abre la obra.
Se disparan así múltiples interpretaciones. Caín puede ser la representación del hombre rebelde, el hombre que erige su propio destino con las herramientas que tiene a mano, sosteniendo en las "ficciones" de la cultura y el trabajo su seguridad ontológica. O puede ser el hombre acrítico, sumiso, que no se cuestiona las creencias, las normas, las imposiciones de la cultura. O puede ser el representante del hombre moderno, obsesionado por la propiedad, eje fundamental sobre el que se erige el sistema económico, social y cultural actual. En esa última dirección, la obra de Kartun nos pone a pensar en el concepto de "propiedad" como una construcción social, donde el "ser" es igual a "tener".
Como si ese enfrentamiento entre hermanos no fuera suficiente, la obra aumenta en intensidad con el regreso de Tatita, con cierto aspecto de patrón rural y acento de provincia argentina. Pero el padre no pone orden, sino que resalta las diferencias entre hermanos para resignificar la cuestión de la relación con el otro y reivindicar la dialéctica, la lucha entre contrarios, como un modo de avance hacia mejores condiciones históricas.
Hay, además, guiños constantes a la historia argentina reciente y no tan reciente.
Pero no sólo en lo argumental sobresale la obra de Kartun, sino también en el lenguaje poético, combinado por la justa dosis de humor y sarcasmo. Partiendo de un leguaje cercano al popular rural, se va enrareciendo y poetizando en la medida que profundiza en las contradicciones, sin perder nunca la referencia a aquel.
Al final de cuentas, la obra habla de lo más profundo del ser humano, de nuestras actitudes frente a la otredad, en el pedazo de tierra en que tratamos de construir nuestro pequeño paraíso que es, siempre, terrenal y efímero.

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