La
crisis de unos es la oportunidad de otros: 4,6 millones de sirios huyeron de la guerra en su país, muchos de ellos para llegar a
Alemania, donde la necesidad de mano de obra calificada y barata les abrió las puertas de par en par hasta completar el cupo de 800 mil trabajadores que reclamaba la industria pesada.
En Argentina, con el océano Atlántico de por medio, la llegada de refugiados es mínima y el abuso de los empresarios de su condición de recién llegados tiene otra escala, pero también existe.
Qais Ramadan llegó a Argentina en noviembre de 2011, con visa de turista, convocado por un grupo de empresarios árabes que le prometieron trabajo y vivienda en Buenos Aires, y con ellos la oportunidad de iniciar una nueva vida lejos de las bombas, la muerte y la destrucción por la guerra en su país.
Desde Falilia, su pueblo natal en el oeste de Siria, cruzó al Líbano con la ayuda de traficantes y estuvo un mes viviendo "en una quinta" donde los "empresarios árabes" que luego lo acogieron en Argentina pudieron conocerlo en profundidad y asegurarse de que era "una buena persona". "Yo no le pagué a nadie para llegar, al contrario, ellos me pagaron todo", aseguró Qais, de 28 años, en entrevista con Télam en su local de comida árabe en la porteña calle Tucumán, a metros de la avenida 9 de Julio.
Una vez en Argentina, con su diploma de Literatura inglesa de la Universidad de Damasco, Qais empezó a trabajar para esos empresarios árabes que le dieron un techo y "todo lo que necesitaba", pero el sueldo recién se lo pagarían cuando cumpliera un año de trabajo.
Qais no quiere denunciar a sus ahora exempleadores, cree que si bien abusaron de su condición de vulnerabilidad, a él también le sirvió.
"Durante un año trabajé todos los días sin descanso y cuando me fui se enojaron, porque ellos invirtieron para traerme, entonces no querían que me fuera", dice Qais sin enojo e incluso con una actitud comprensiva.
Después de trabajar sin descanso durante 12 meses, cobró el dinero que le debían (unos 6.000 dólares) y consiguió trabajo en un restaurante hasta que en septiembre de 2015 empezó su propio negocio. Pero la devaluación y el aumento de tarifas le están jugando una mala pasada.
Al año y medio de llegar a Buenos Aires, se lanzó el Programa Siria de visado humanitario, al tiempo que se implementó un procedimiento acelerado para dar estatus de refugiado a los solicitantes de asilo provenientes de Siria; y Qais obtuvo su residencia a través de la Conare (Comisión Nacional para los Refugiados).
Qais, graduado en literatura inglesa, tuvo sus propios "métodos" para aprender a hablar castellano: "Andaba siempre con una libreta y cuando alguien me decía una palabra que no entendía, le preguntaba el significado y anotaba".
Tras cuatro años de residencia en Argentina, Qais logró salir de esa situación de vulnerabilidad que sufren la mayoría de los refugiados e inmigrantes cuando llegan a un país nuevo; sin embargo, sigue recordando con nostalgia sus años en Siria.
"Mi vida era buena vida", recuerda e interpela: "Mirá todo lo que logré acá yo sólo, imaginate lo que podría hacer en mi país con toda mi familia cerca", disparó con nostalgia.
La
crisis de unos es la oportunidad de otros: 4,6 millones de sirios huyeron de la guerra en su país, muchos de ellos para llegar a
Alemania, donde la necesidad de mano de obra calificada y barata les abrió las puertas de par en par hasta completar el cupo de 800 mil trabajadores que reclamaba la industria pesada.
En Argentina, con el océano Atlántico de por medio, la llegada de refugiados es mínima y el abuso de los empresarios de su condición de recién llegados tiene otra escala, pero también existe.
Qais Ramadan llegó a Argentina en noviembre de 2011, con visa de turista, convocado por un grupo de empresarios árabes que le prometieron trabajo y vivienda en Buenos Aires, y con ellos la oportunidad de iniciar una nueva vida lejos de las bombas, la muerte y la destrucción por la guerra en su país.
Desde Falilia, su pueblo natal en el oeste de Siria, cruzó al Líbano con la ayuda de traficantes y estuvo un mes viviendo "en una quinta" donde los "empresarios árabes" que luego lo acogieron en Argentina pudieron conocerlo en profundidad y asegurarse de que era "una buena persona". "Yo no le pagué a nadie para llegar, al contrario, ellos me pagaron todo", aseguró Qais, de 28 años, en entrevista con Télam en su local de comida árabe en la porteña calle Tucumán, a metros de la avenida 9 de Julio.
Una vez en Argentina, con su diploma de Literatura inglesa de la Universidad de Damasco, Qais empezó a trabajar para esos empresarios árabes que le dieron un techo y "todo lo que necesitaba", pero el sueldo recién se lo pagarían cuando cumpliera un año de trabajo.
Qais no quiere denunciar a sus ahora exempleadores, cree que si bien abusaron de su condición de vulnerabilidad, a él también le sirvió.
"Durante un año trabajé todos los días sin descanso y cuando me fui se enojaron, porque ellos invirtieron para traerme, entonces no querían que me fuera", dice Qais sin enojo e incluso con una actitud comprensiva.
Después de trabajar sin descanso durante 12 meses, cobró el dinero que le debían (unos 6.000 dólares) y consiguió trabajo en un restaurante hasta que en septiembre de 2015 empezó su propio negocio. Pero la devaluación y el aumento de tarifas le están jugando una mala pasada.
Al año y medio de llegar a Buenos Aires, se lanzó el Programa Siria de visado humanitario, al tiempo que se implementó un procedimiento acelerado para dar estatus de refugiado a los solicitantes de asilo provenientes de Siria; y Qais obtuvo su residencia a través de la Conare (Comisión Nacional para los Refugiados).
Qais, graduado en literatura inglesa, tuvo sus propios "métodos" para aprender a hablar castellano: "Andaba siempre con una libreta y cuando alguien me decía una palabra que no entendía, le preguntaba el significado y anotaba".
Tras cuatro años de residencia en Argentina, Qais logró salir de esa situación de vulnerabilidad que sufren la mayoría de los refugiados e inmigrantes cuando llegan a un país nuevo; sin embargo, sigue recordando con nostalgia sus años en Siria.
"Mi vida era buena vida", recuerda e interpela: "Mirá todo lo que logré acá yo sólo, imaginate lo que podría hacer en mi país con toda mi familia cerca", disparó con nostalgia.