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7 de Agosto,  Jujuy, Argentina
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Laberintos humanos. Eran otros tiempos

Lunes, 12 de diciembre de 2016 01:30

Laberintos humanos. Eran otros tiempos

Antonino Busca decoró la yerba de azúcar blanca, le echó agua de la pava que se calentaba en el anafe y le tendió la calabaza a su superior, el subcomisario Bautisto Pierro, quien le contaba ya del día en que conoció a don Ramiro Buenomo, su mentor en la fuerza policial. Eran otros tiempos, aseguró Pierro como si fuera necesario un prólogo para aquello que iba a contarle.
Sobre la litera de la celda estaba sentado el Tranquilo Méndez, hombre de robar caballos aunque viniera de buena familia. El Tranquilo no se quejaba, y hasta parecía justificar la prisión a que lo habían reducido como quien dice que hay que saber perder, pero como quien no quiere la cosa dejaba caer sus dados sobre la frazada, y todos sabían en el pago que a don Ramiro le gustaba el azar.
Los dados tintineaban en su palma y se entrechocaban al caer, pero Buenomo parecía no escucharlos, atento como estaba a parecer que no se daba cuenta del desafío. Ya pasada media hora, y no pudiendo soportarlo más, le dijo que mejor dejate de joder, no te queda ni un caballo para apostar, que los que robaste se los devolvimos ya a sus dueños.
Si yo ganara, me dejarías libre, le dijo tranquilamente el Tranquilo. ¿Y si yo ganara?, le preguntó el policía, y el delincuente alzó los ojos para responderle que qué más quiere tener usted, si tiene la libertad, y ahí nomás le abrió la puerta, se sentó a su lado en la litera y perdió tres manos seguidas contra el Tranquilo Méndez, que cobró abandonando la comisaría al mismo tiempo que yo llegaba, dijo Bautisto Pierro.

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Laberintos humanos. Eran otros tiempos

Antonino Busca decoró la yerba de azúcar blanca, le echó agua de la pava que se calentaba en el anafe y le tendió la calabaza a su superior, el subcomisario Bautisto Pierro, quien le contaba ya del día en que conoció a don Ramiro Buenomo, su mentor en la fuerza policial. Eran otros tiempos, aseguró Pierro como si fuera necesario un prólogo para aquello que iba a contarle.
Sobre la litera de la celda estaba sentado el Tranquilo Méndez, hombre de robar caballos aunque viniera de buena familia. El Tranquilo no se quejaba, y hasta parecía justificar la prisión a que lo habían reducido como quien dice que hay que saber perder, pero como quien no quiere la cosa dejaba caer sus dados sobre la frazada, y todos sabían en el pago que a don Ramiro le gustaba el azar.
Los dados tintineaban en su palma y se entrechocaban al caer, pero Buenomo parecía no escucharlos, atento como estaba a parecer que no se daba cuenta del desafío. Ya pasada media hora, y no pudiendo soportarlo más, le dijo que mejor dejate de joder, no te queda ni un caballo para apostar, que los que robaste se los devolvimos ya a sus dueños.
Si yo ganara, me dejarías libre, le dijo tranquilamente el Tranquilo. ¿Y si yo ganara?, le preguntó el policía, y el delincuente alzó los ojos para responderle que qué más quiere tener usted, si tiene la libertad, y ahí nomás le abrió la puerta, se sentó a su lado en la litera y perdió tres manos seguidas contra el Tranquilo Méndez, que cobró abandonando la comisaría al mismo tiempo que yo llegaba, dijo Bautisto Pierro.

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