Pedro se desangraba en su lucha por impedir que el Varela entrara al cubículo angosto donde hallaría un pasadizo para bajar a la planta baja para ayudar a Esteban Franco, que se había quedado luchando para permitirles escapar. No podía dar con la salida dada la oscuridad, pero tampoco podían los contrarios pasar con sus motocicletas por lo angosto de la abertura.
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Pedro se desangraba en su lucha por impedir que el Varela entrara al cubículo angosto donde hallaría un pasadizo para bajar a la planta baja para ayudar a Esteban Franco, que se había quedado luchando para permitirles escapar. No podía dar con la salida dada la oscuridad, pero tampoco podían los contrarios pasar con sus motocicletas por lo angosto de la abertura.
El Varela que peleaba, disfrutando lo duro del combate, alzó su lanza para acabar con Pedro cuando otra de las motocicletas iluminó el interior del cubículo con su faro. Fue un segundo en el que Pedro buscó la abertura por la que se arrojaba la basura cuando el edificio estuvo habitado.
Al ver la portezuela, se aferró a la lanza pujando hacia abajo para abrirla con su filo. El Varela, riendo a carcajadas, hacía palanca para arrancarla y volver a lastimarlo, pero Pedro pudo más y enganchó el cuchillo amarrado al extremo de la tacuara en la manija de la portezuela.
Cuando esta cedió, se arrojó al foso sin medir las consecuencias. Cayó golpeando su cuerpo contra las paredes hasta que dio con el suelo de la planta baja, dos pisos más abajo, y quedó inconsciente por el golpe y la sangre perdida. Las ratas correteaban sobre su cuerpo exánime sin siquiera lograr animarlo para asustarlo más.
Ni siquiera pudo escuchar el retorno de los latidos que, como dijera la muchacha, marcaban el fin del ataque de los Varelas. Para Pedro todo eran las sombras mientras su hermano y la muchacha desnuda respiraban nuevas esperanzas en la habitación del segundo piso.