Pedro, Pablo y la muchacha, que sólo llevaba la camisa rota que pudo prestarle Pedro para que se cubriera, llegaron al segundo piso trepando por cañerías pegadas a las paredes del foso interior del edificio que atacaron los Varela montados en sus motocicletas. Esteban Franco se había quedado peleando con la montonera en la planta baja.
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Pedro, Pablo y la muchacha, que sólo llevaba la camisa rota que pudo prestarle Pedro para que se cubriera, llegaron al segundo piso trepando por cañerías pegadas a las paredes del foso interior del edificio que atacaron los Varela montados en sus motocicletas. Esteban Franco se había quedado peleando con la montonera en la planta baja.
Los hermanos decidieron separarse. Pablo se quedó con la joven mientras Pedro bajaría para ayudar al camionero. La muchacha le advirtió que no debía bajar por las escaleras porque por allí trepaban los bárbaros motoqueros, y que había unos pasadizos por donde se arrojaba la basura cuando los edificios estaban habitados.
A esos pasadizos se accedía por puertas más delgadas, y convinieron en que Pablo y la joven guardaran silencio, combatiendo en caso de no tener más salida. Así fue que Pedro comenzó a buscar la puerta más delgada al tiempo en que los Varela correteaban en sus motocicletas por el pasillo.
Pero la puerta delgada que le indicara la muchacha estaba trabada, y al tiempo en que Pedro resistía las lanzas de los bárbaros, la topaba con el hombro tratando de derribarla. Estaba herido ya en el hombro, sangrando sobre el pecho, cuando la puerta cedió y entró a una cabina pequeña y oscura que no parecía dar al pasadizo que buscaba.
Sólo lo angosto de la puerta impedía que los Varela lo atacaran de a más de uno por vez, pero la sangre que perdía lo debilitaba a cada embestida y nada parecía poder salvarlo ya, menos podía asistir en ayuda de Esteban Franco.