Cuando el Abuelo Virtual les habló desde el celular de Carla Cruz sobre la última misa en que cincuenta sobrevivientes se refugiaron ante la invasión de los Varela, la muchacha volvió a tipearle una pregunta: ¿qué se hizo de ellos?
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Cuando el Abuelo Virtual les habló desde el celular de Carla Cruz sobre la última misa en que cincuenta sobrevivientes se refugiaron ante la invasión de los Varela, la muchacha volvió a tipearle una pregunta: ¿qué se hizo de ellos?
Los rostros del espanto los miraban hambrientos desde la ventana circular que coronaba la puerta cuando Pablo, Pedro y Esteban escucharon la respuesta del Abuelo Virtual: fue entonces que el edificio empezó a latir, y mientras lo hacía estaban a salvo de la montonera motoquera de los Varela.
No había un tiempo preciso entre latidos sino un lapso de horas, a veces de minutos. Los que montaban guardia escuchaban atentos, y cuando los latidos mermaban, despertaban a los que descansaban para que se escondieran. Finalmente pusieron en la puerta la imagen de San Juan.
Así supieron que los Varela no se le atrevían, que su horror guerrero se detenía ante la imagen del santito y se pusieron a sus espaldas para peregrinar fuera de la quebrada de Huichaira. Pero el santo protegía a los primeros, que los últimos de la fila eran cazados para ser descuartizados en el acto.
Quince de ellos lograron escapar, quince fueron los que sobrevivieron, les dijo el Abuelo Virtual. Quince subieron el barranco cerca de donde se alza el viejo cementerio y caminaron, siguiendo a San Juan, rumbo al norte. Quince, que danzaban tras la imagen como suris que agradecen el agua tras la extensa seca.
El resto, dijo el Abuelo Virtual, fueron la cena de caranchos que se apuraron para ganarle ese despojo al zorrerío.