El edificio tenía una sala amplia y luminosa. Sólo Dios sabe para qué fue usada porque ya nadie quedaba que lo supiera, pero había mesas largas que la cubrían de lado a lado. Al fondo había una mesada alta. Tras la mesada había una puerta que daba a la cocina.
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El edificio tenía una sala amplia y luminosa. Sólo Dios sabe para qué fue usada porque ya nadie quedaba que lo supiera, pero había mesas largas que la cubrían de lado a lado. Al fondo había una mesada alta. Tras la mesada había una puerta que daba a la cocina.
Pedro, Pablo, Esteban Franco y Carla Cruz pensaron que acaso fuera un buen escondite hasta que pasara el peligro. Cuando entraron a la cocina, sobre las hornallas correteaban algunas lauchas que huyeron. El latido del edificio se acalló y sintieron nuevamente los motores de las motos correteando por los pasillos.
La puerta de la sala que daba al pasillo tenía en lo alto una ventana circular. Un rostro espantoso, el rostro de uno de los Varela, se asomó por la ventana y los miró. Debió haberlos visto porque llamó a otros que se le sumaron en el marco circular. Pero no entraban como si supieran que debían respetar ese escondite.
Pedro, Pablo, Esteban Franco y Carla Cruz tardaron en tranquilizarse. Ella abrió la tapa de su celular para consultar con el Abuelo Virtual, que le explicaba las cosas que vivían, y los cuatro oyeron una voz metálica que dijo que antes del final, cuando aún el edificio estaba habitado, en esa sala se realizó una última misa.
La voz metálica del Abuelo Virtual les dijo que cuando ya todo era irreversible, cuando los altos edificios de hierro y cristal de Huichaira fueron rodeados por los Varela, en esta sala se reunieron los últimos para celebrar la misa. Eso dijo mientras las motocicletas corrían por los pasillos.