Cuando Pedro le dijo al caudillo de los Varela que con su hermano fueron hombres de Ibarra, la montonera motoquera que los tenía acorralados en la azotea del edificio abandonado se abrió para darles paso. Pero no se demoren porque no somos dueños de nuestros actos.
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Cuando Pedro le dijo al caudillo de los Varela que con su hermano fueron hombres de Ibarra, la montonera motoquera que los tenía acorralados en la azotea del edificio abandonado se abrió para darles paso. Pero no se demoren porque no somos dueños de nuestros actos.
Toda la zona está poblada por espantos que sólo podemos vivir como se dice que somos, y eso que se dice de nosotros es horroroso, les dijo el caudillo y ordenó a sus hombres que les dieran sus pilotos para que pudieran cubrir sus cuerpos heridos y desnudos por el combate. Y Carla Cruz, con Esteban Franco, Pedro y Pablo bajaron desde el séptimo piso del edificio en medio de una tregua en la que no confiaban.
Pero al llegar al tercer piso, los motoqueros bestiales empezaron a hacer tronar sus motores olvidando la orden de su jefe y se acabó el salvoconducto. Para recobrarlo debían regresar a la azotea para hacerle cumplir al caudillo su palabra, pero las escaleras estaban copadas por las motocicletas enloquecidas.
Como pudieron entraron a una de las habitaciones trabando la puerta para protegerse cuando el latido del edificio marcó nuevamente la huida de los Varela hacia la calle y acaso fuera la chance de poder escapar de ese infierno. ¿Cómo hacerlo? Las chances de salvarse eran bien pocas y era impreciso el tiempo que duraban los latidos del edificio.
Pablo abrió la puerta para ver cómo se iba el último de sus persecutores, y anduvieron por el pasillo hasta dar con un gran comedor iluminado en el ala norte de la construcción de hierro y vidrio.