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10 de Septiembre,  Jujuy, Argentina
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La risa de la abuela

Domingo, 13 de abril de 2014 12:26

Estábamos Tomás, Leopoldo y yo en el vientre del cerro aún sorprendidos por esa realidad que, sacándonos de la guerra, nos llevó a un sitio del que nada sabíamos, cuando nos dimos cuenta que entre nosotros estaba sentada una abuela que se reía silenciosa como si tuviera alguna respuesta para darnos.

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Estábamos Tomás, Leopoldo y yo en el vientre del cerro aún sorprendidos por esa realidad que, sacándonos de la guerra, nos llevó a un sitio del que nada sabíamos, cuando nos dimos cuenta que entre nosotros estaba sentada una abuela que se reía silenciosa como si tuviera alguna respuesta para darnos.

Cuando levantó sus ojos para mirarnos, nos dijo que sabía de esas monedas que Leopoldo ganara a las cartas en Potosí y enterrara en el antigal, y que era esa plata en el suelo la que nos amarraba. ¿Me entienden?, nos preguntó tratando de que veamos toda la dimensión de nuestra situación.

Están amarrados por esas monedas de plata, nos dijo. Miró a Tomás y le dijo que por esos quintos de plata no podría volver a ver a su amada cochabambina ni saber si esperaba aún un hijo suyo. Lo miró a Leopoldo y le dijo que por esas monedas ganadas y enterradas no podría volver a ver a sus padres y me miró para decirme que todo mi destino estaba detenido allí dentro del cerro.

Déjenos salir pues, dijo Leopoldo creyendo que esa era la solución, pero la abuela parecía saber más que ese joven abajeño presumido y le respondió que de asomarnos fuera del cerro caeríamos en manos de la partida realista que nos buscaba para matarnos. Adentro no tienen futuro, pero afuera ni siquiera pueden desenterrar el tapado que dejaron en el antigal, nos dijo la abuela.

Entonces la abuela volvió a su risa seca, y en ella se desdibujó contra la pared de la cueva porque no era otra cosa que la misma voz de la montaña la que nos hablaba.

 

 

 

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