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9 de Septiembre,  Jujuy, Argentina
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Laberintos humanos. Alba

Sabado, 29 de noviembre de 2014 00:00

Y una mañana Pedro se levantó en la choza y Alba ya no estaba, y preguntó a los hombres tatuados de la aldea y nadie pudo comprenderlo porque no entendían castellano ni hablaba Pedro su idioma, y resolvió esperarla. Hizo lo que hacen los hombres todos los días: cazan y tejen, nadan y cantan para que pasara el tiempo y verla regresar.

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Y una mañana Pedro se levantó en la choza y Alba ya no estaba, y preguntó a los hombres tatuados de la aldea y nadie pudo comprenderlo porque no entendían castellano ni hablaba Pedro su idioma, y resolvió esperarla. Hizo lo que hacen los hombres todos los días: cazan y tejen, nadan y cantan para que pasara el tiempo y verla regresar.

Pero por los bordes de la aldea ni de otra choza ni descolgándose de los árboles de la selva vio Pedro a Alba regresando, y durmió sólo y pasó otro día y al tercero supo que debía partir porque todo en la aldea le recordaba a Alba, aunque partir fuera perder toda esperanza de recuperarla.

Lo hizo cuando el sol caía sobre las copas de los árboles más altos de la selva, que en el laberinto de abajo no se sabía si estaba oscuro o era día, y tomó sopa de serpiente y zamarreó el cencerro de frutos y bebió del refrescante y dulce tamarí. Puso toda su tristeza dentro de su pecho, buscó el lado de la aldea donde no hubiera nadie y salió con paso apretado.

Y anduvo días enteros con sus noches siempre buscando olvidarla y siempre recordándola, y siempre preguntándose por qué había desaparecido de su vida como la pluma de un ave que sopla el viento que entra por la ventana o menos, porque Pedro jamás vio lo que sucedió con Alba.

¿O es que acaso no existió?, quería consolarse Pedro diciéndose que acaso todo haya sido un sueño que se evaporó con la mañana. O acaso haya regresado cuando yo me fui, se decía con desesperación pero le era imposible regresar a la aldea en esa selva intrincada.

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