“Pasaron 37 años. Años de terapia. Mi intención es colaborar con las justicia y dejar atrás los años del Terror”, así comenzó su testimonio ante el Tribunal Oral Federal, Claudia Scurta hija de la docente Dominga Álvarez de Scurta, en la segunda audiencia de este juicio oral y público.
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“Pasaron 37 años. Años de terapia. Mi intención es colaborar con las justicia y dejar atrás los años del Terror”, así comenzó su testimonio ante el Tribunal Oral Federal, Claudia Scurta hija de la docente Dominga Álvarez de Scurta, en la segunda audiencia de este juicio oral y público.
Claudia relató la detención de su madre con mucho dolor y el terror que padeció. Dominga era maestra rural anegada a sus alumnos, hijos, y era militante del ERP.
El 26 de mayo de 1976, Claudia tenía 15 años, esa tarde esperaba a su madre que regresara de la escuela, le golpearon la puerta. Vio por el balcón de su casa a 30 personas. Vivía en avenida Fascio y estaba cortada entre Necochea y Lavalle.
Abrió la puerta y el comisario Ernesto Jaig, sin orden judicial ingresó con personal de la policía de la provincia. Se dirigieron al dormitorio de la madre, revolvieron por dos horas, encontraron papeles, rompieron carpetas del colegio que eran de Claudia. Habían policías hasta en el tanque de agua, recordó. La policía tomó de testigo del allanamiento al bioquímico Sleibe Rahe. “Llegó mi mamá dijo "es a mí a quien buscan’”. La docente se sintió mal y pidió ir al baño, la acompañó Claudia “me pidió un frasco de pastillas”, las ingirió y se desmayó. El bioquímico pidió que llamen a una ambulancia, los policías la alzaron y la subieron a un patrullero la llevaron a la guardia del hospital Soria para un lavaje, y a Claudia en otro patrullero que esperó afuera del hospital. Fue espantoso “yo deseaba que se muera”.
Luego llevaron a Claudia al Comando Radioeléctrico incomunicada hasta el otro día. Jaig la llevó a su oficina donde ella vio en el perchero el tapado de su madre. Y al preguntar cómo estaba, le dijo “se ha salvado”, y le advirtió que si se involucraba en cuestiones políticas, le pasaría lo mismo. “Volví a mi casa estaba toda dada vuelta y mi vida también”.
Al otro día fue con su abuelo Secundino Álvarez a ver a su mamá, Jaig le permitió verla “estaba golpeada, me contó que por la noche habían ido militares y uno de ellos era Rafael Braga (condenado a prisión perpetua en el primer juicio de lesa humanidad en Jujuy) quienes la golpeaban”. Había intentado suicidarse. “Yo le pedí que aguante y me dijo que no podía” y tras una semana la llevaron al Servicio Penitenciario.
Relató que su abuelo hizo muchos trámites presentó Habeas Corpus, “fue un peregrinar”, hasta había escrito una carta a Videla; pero no tuvo respuesta. “Mi abuelo estaba destruido”. Al tiempo se enteraron que mataron a su madre. El cuerpo apareció, un mes después, lo encontraron unos baqueanos y lo llevaron a la morgue. Luego la enterraron como NN en Yala. “El cuerpo tenía el abrigo, era el mismo”.
“Eramos muertos en vida”
Luego testimonio Mario López, militante del PRT ERP, detenido el 6 de junio de 1975 en San Pedro de Jujuy, tenía 18 años. Su declaración fue extensa y desgarradora ya que su compañera Juana Torres y el hermano Pedro Torres siguen desaparecidos, y su lucha por recuperar a su hija Laura, que en ese momento era un bebé, y el cura Labarta pretendía quedársela. La familia Torres Cabrera había sido diezmada. López padeció golpes, torturas en comisaría, en Jefatura de Policía y en el Penal de Gorriti. Relató que “el Golpe de Estado se anticipó, porque en noviembre del 75 la cárcel se vistió de verde”, reordenaron el penal. Allí lo ubica a Antonio Vargas que luego fue interventor del Penal. Tenían un régimen de incomunicación. Los visitaba el obispo Miguel Medina y el cura Labarta. En mayo lo pudo ver a Pedro Torres. Le contó “me van a matar, Juana también está detenida”. Juana no había podido buscar a la bebé del hospital, es ahí donde al enterarse el cura Labarta pretende apropiársela y después de 7 meses recuperó a la niña. López describió a los Ortíz y a Zárate como verdugos en el penal.