En el año 1921, una encuesta a docentes jujeños nos dice que, en Tilcara y en Juella, se celebraba la fiesta de San Juan con suris, y la maestra encuestada describe que “delante del santo las tres parejas de plumudos bailan llevando cada una un cuarto de carne de cordero que toman por los extremos. Haciendo cabriolas y levantando al mismo tiempo el cuarto de carne, avanzan unos seis pasos, dan una rápida vuelta, se dirigen hacia la imagen haciendo una venia y doblando una rodilla le recitan algo confuso”.
inicia sesión o regístrate.
En el año 1921, una encuesta a docentes jujeños nos dice que, en Tilcara y en Juella, se celebraba la fiesta de San Juan con suris, y la maestra encuestada describe que “delante del santo las tres parejas de plumudos bailan llevando cada una un cuarto de carne de cordero que toman por los extremos. Haciendo cabriolas y levantando al mismo tiempo el cuarto de carne, avanzan unos seis pasos, dan una rápida vuelta, se dirigen hacia la imagen haciendo una venia y doblando una rodilla le recitan algo confuso”.
El canto era confuso porque era en quechua y comenzaba diciendo: “Santa Cruz manta jamu cuschani ay rizum rizum...”, pero eso ya no lo recuerdan sino los textos. Queda la celebración de los plumudos, a quienes también se llama samilantes, con los cuartos de cordero como se presentaron en el atrio de la iglesia de Nuestra Señora de Rosario este domingo, que era la víspera de San Juan, así como en la noche, velando ante la imagen en las capillas hogareñas.
Don Esteban Sajama, nacido en 1928, recuerda que la celebración se hacía sólo con el bombito, al que luego se agregó la corneta, lo que marcaba el paso pausado de los samilantes que se fue acelerando con la incorporación de las bandas de sikuris. En un libro editado en 1927, La Quebrada Enigmática, José Armanini agrega la memoria del “ronco quejido de la tromba cuya larga caña hueca es sostenida verticalmente por un samilante, y que contrasta con el aullido lastimero del herke (sic) de asta pulida y brillosa. Los silencios de sus notas entrecortadas son llenados por la música suave del charango y el puco”.
El Negrito Mendoza, nacido en 1933, recuerda de su infancia cuando los samilantes pasaban por las calles de Tilcara, y nos dice que “tenían el porito, el charango y la flecha. Me parece que eran seis, todos varones, y buscaban esas personas grandes, corpudas. Siempre era de colores los plumajes, plumas teñidas y después de pavo real la gorrita. En el cuerpo plumas de suri cruzados para acá y para acá, y llevaban cascabeles en las rodillas”.
Mendoza recuerda que “venían con la corneta, adoraban con el cuarto. Las madres nos hacían arrodillar en medio la calle y ahí le hacían pisar por el santito, y si querían dar una limosnita le daban. Llevaban dos cornetas y bombo, y sikuris no había. Con los cuartitos, hacían la venia cuando llegaban y volvían para atrás, tiraban los cuartos, soplaban el porito y daban vuelta. Se ponían abajo un ponchito, y sobre el ponchito iban las plumas, y en la cabeza sólo plumas, sin sombrero”.
La tradición la sostiene cada familia con sus modos, algunos sólo con los cuartos de cordero, o los Sajama con los samilantes y sus poritos, que este año rezaron la novena en el barrio tilcareño de Pueblo Nuevo para adentrarse hasta la capillita casera de Huichairas al caer la tarde de la víspera, después de la misa. Allí, como en cada altar casero dedicado a San Juan, que los lugareños llaman de San Sanjuan, se celebró toda la noche con ponche y con chicha, jugando con agua de las acequias en el frío de la vigilia y saltando sobre las brasas de las fogatas.
Se cumplió así con el santito y con una tradición que se enraíza en los tiempos más antiguos, dicen que proveniente de la puna donde la celebración de los samilantes se extendía a las rogativas por las lluvias, y se repite para Santiago, en el mes de julio, y para Santa Rosa, como en Purmamarca, para fines de agosto.