No a todos les causaba gracia esa cantidad de espantos que se habían quedado en el cerro a pesar de la luz del alba. Me contaba ese espanto, acurrucado contra la pared de la peña, que había corrido de cerca de las casas del susto que le diera el grito de susto de una moza que saliera por agua confiada en la protección de la luz del sol.
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No a todos les causaba gracia esa cantidad de espantos que se habían quedado en el cerro a pesar de la luz del alba. Me contaba ese espanto, acurrucado contra la pared de la peña, que había corrido de cerca de las casas del susto que le diera el grito de susto de una moza que saliera por agua confiada en la protección de la luz del sol.
Como aclarecía en el horizonte mientras los gallos lanzaban sus alaridos de victoria, me dijo el espanto, yo pensaba que nadie en las casas me vería y me acerqué tranquilo. Miraba las cosas que dejan los hombres cuando los corre la oración, esas cosas que parecen vivas en las sombras pero son cueros, maderas o piedras, cuando vi que la moza me veía en el reflejo de sus ojos.
Mire que he escuchado gritos de miedo por las noches, pero nunca vi la cara de miedo de quien grita. Y la verdad es que me sorprendió saber que la gente reaccionaba así, que hasta me dio algo de compasión que no llegué a desarrollar porque, al fin de cuentas, mi necesidad es dar miedo y es lo que veía en la cara de esa moza.
Temí que fuera una trampa del día para no dejarme volver a la noche, y corrí hasta esta peña para ocultarme, porque usted sabe que los espantos nos ponemos furiosos de temerosos que somos pues, porque dar miedo es la única forma que tenemos de alejar lo que nosotros tememos.
Y aquí me tiene, dijo el espanto, esperando qué va a ser de este día que no me sacó del camino cuando aclarecía, como lo ha hecho siempre desde que en medio de una noche lejana saliera por primera vez el sol.