La mujer venía rameando a su marido de la oreja desde la estación de ómnibus, y al pasar junto al churqui bajo el que tomábamos unas cervezas nos contó su historia. Porque así como me ven, nos dijo, yo también supe levantar polvareda. No digo en el carnaval, donde todos están alzados, que en la adoración del pesebre también tuve quien me arrastrara el ala y quien me susurrara macanas al oído cuando alzaba al santito.
inicia sesión o regístrate.
La mujer venía rameando a su marido de la oreja desde la estación de ómnibus, y al pasar junto al churqui bajo el que tomábamos unas cervezas nos contó su historia. Porque así como me ven, nos dijo, yo también supe levantar polvareda. No digo en el carnaval, donde todos están alzados, que en la adoración del pesebre también tuve quien me arrastrara el ala y quien me susurrara macanas al oído cuando alzaba al santito.
Como tantas, le hice caso a uno que no valía la pena. Después pensé que ya las sabía todas y me junté con quien pudiera darme tranquilidad, pero era aún muy joven para resignarme y me subí al que me prometió todas las noches de la ciudad, pero lo perdí en uno de esos sótanos que estallan en mil colores cuando me vi rodada de encendedores caballerescos.
No tuve nada sin que me faltara nada, salvo mi cuerpo, hasta que vine a visitar el cementerio donde descansan mis tatitas y lo vi doblado sobre el surco, hablándole a los maicitos brotados, a las hojitas de papa, y me dije que no habría mejor hombre que ese, que apenas había levantado la vista para verme, y me le puso a limpiar la casa esperándolo para la cena.
Y dejé toda la diversión que supe ser, todas las insinuaciones con que me miraban, todas las promesas y todas las mentiras por estar a su lado, porque se me hacía que no iba a encontrar nadie como él ya en esta vida. Así es que pasé a ser la mujer de este que ahora me paga de este modo, nos dijo mientras lo llevaba rameando para la casa, por eso nosotros le rogamos que siguiera con su cuento.