Vaya a saberse que le estaba diciendo el peluquero a Inés Alba de la Cruz, pero la cosa es que le arrebataron la netbook al mayor de los abuelos y se pusieron a googlear destinos turísticos. Nadie supo de qué se trataba, ni entendimos nada cuando se despidieron rápidamente y huyeron. Pero a los diez días, cuando el peluquero regresó bronceado y solo, pudo contarnos lo que había sucedido.
La cosa es que enamoré a la chinita, nos dijo con cierto tono fanfarrón que apenas digerimos. Y tan embalada estaba conmigo, que decidimos irnos de viaje. ¿Y adonde fueron?, le preguntó el mayor de los abuelos. A Guacatola, respondió el peluquero. ¿Y qué es eso?, quiso saber Isidoro Ducase.
Hasta hace unos diez años, cuando por causa del petróleo la ciudad de Santa Pita empezó a crecer desproporcionadamente, Guacatola era sólo una aldea, dijo el peluquero como si recitara una guía turística. Pero ahora es un suburbio arrabalero que, sin embargo, rescata las costumbres de la antigua aldea que fue.
Vea usted, dijo Juan José Ferreira Miranda como si le interesara. Entre esas costumbres, siguió el peluquero sin hacer caso a la ironía, está su peculiar carnaval. En ese carnaval, no entierran ni desentierran un diablito sino una muñeca rubia a la que, vaya a saberse por qué, que nadie lo recuerda, le falta el ojo izquierdo.
Hay un guía turístico que ha desarrollado una explicación de la tuertez de la muñeca rubia, pero otros opinan que es por mero accidente. ¿Y cuál es esa teoría?, quiso saber el padrecito que tenía cierta tendencia a la antropología.
