Vea, dijo el mayor de los abuelos mirando la pantalla de su netbook. A mí no me preocupa tanto que en el blog de los Laberintos Humanos aparezca una foto de Dubin, que al fin de cuentas es el autor y hace lo que mejor le parezca. Tampoco me preocupa lo que vayan a pensar en el mundo de nosotros, sino lo que piensan, dijo.
Todos, menos el peluquero que le seguía murmurando impertinencias al oído de Inés Alba de la Cruz, miramos esa pantalla. ¿No ven?, dijo el mayor de los abuelos. Aquí dice que el que leyó este blog, también leyó: obituarios, recordatorios, participaciones, misas y sepelios. ¿Por qué será que después de leer los Laberintos Humanos piensan en esas cosas?, nos preguntó sacándose los anteojos con fastidio.
Para mí que es una broma de Silfo, dijo Juan José Ferreira Miranda. ¿A usted le parece?, preguntó preocupado el menor de los abuelos. Qué se yo, dijo el padrecito, pero acaso sea porque Dubin anda abusando del humor negro. Esa tendencia de nuestros lectores revela pautas profundas del inconsciente, opinó Isidoro Ducase con inesperado tono académico.
A mí me gustaría más que, después de vernos, vieran la foto de las damas de la contratapa, dijo el menor de los abuelos. ¿Para qué?, quiso saber Ferreira Miranda. Y, no sé, le respondió, así las siento más cerca, dijo.
Pero mientras nosotros decíamos estas cosas, ya el peluquero tenía las manos de Inés Alba de la Cruz entre las suyas, con los mejores ojos del galán que fue hace más de treinta años, y empezaba a arrodillarse a sus pies como si se le declarase.