¿Cómo no creerle cuando cantaba sus canciones? Porque las había de engaños, de hombres ebrios que se van de juerga dejándola llorando los sueños quebrantados, y todos decían que lo cantaba así porque había vivido una de esas cuchilladas, ¿tan jovencita? Y la madre codeaba a su hija: mirá, aprendé, ¿para qué te vas a fijar en ese desgraciado?, y codeaba a su marido para que no le mirara las piernas blancas bajo la falda alzada.
Y a veces la invitaban, tras el show, a tomar sopa en sus casas con la vana esperanza de que les contara sus dolores, que debían ser más verdaderos que los de sus canciones, que eran verdaderas, quien podía dudarlo, pero eran canciones. Y todos saben que las canciones no pueden decir las cosas como son porque entonces la cantante se quebraría en llantos, y ella tomaba la sopa sin levantar la vista del plato humeante.
Delgada, pequeña, tomaba la sopa y callaba porque todo lo había dicho ya en el escenario, cuando cantaba sus cumbias de ritmo florido y de cuentos lacerantes, y la mujer le daba una estampita: la Difunta te va a proteger, mi niña, tenele fe nomás que te va a aguar la tristeza como vino aguado. Será, decía ella con los ojos, y el representante la esperaba a la puerta de la casa porque había que partir hacia el otro caserío, rápido, que allí es la fiesta patronal.
Y había familias que subían a sus camionetas destartaladas para seguirla hasta el otro pueblo y escucharla, total que alguna vez iba a contar cual era la causa de sus dolores y entonces lo iban a saber.