Desde hace muchísimos años Tilcara es fuente de inspiración, lugar elegido para vacacionar en el final del 1800 y de reunión de poetas, filósofos y artistas plásticos, fue el lugar al que llegó José Antonio Terry (1887, Buenos Aires) en 1911, cuando ya contaba con estudios de pintura (que comenzó a los 14 años) y quedó subyugado por el paisaje y su gente.
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Desde hace muchísimos años Tilcara es fuente de inspiración, lugar elegido para vacacionar en el final del 1800 y de reunión de poetas, filósofos y artistas plásticos, fue el lugar al que llegó José Antonio Terry (1887, Buenos Aires) en 1911, cuando ya contaba con estudios de pintura (que comenzó a los 14 años) y quedó subyugado por el paisaje y su gente.
Allí también llegó luego su esposa, Amalia Felisa Amoedo Vilaró (1889, Buenos Aires), quien cuando cumplió 29 años, se casó con el pintor con quien compartía un vínculo de parentesco. Amalia cumplió un rol indispensable en la vida y carrera artística del pintor, como así también en las distintas acciones sociales que ambos desarrollaron.
Tres salas que se encuentran en el actual Museo Regional de Pintura "José Antonio Terry", recorren la historia de la familia Terry a través de pinturas, objetos y mobiliario que llegó como parte de la donación que se realizó en su momento, a través de la Fundación que lleva el nombre de los esposos.
En los banners que son muy interesantes de leer, se destaca la relación que tuvieron con la comunidad tilcareña, que los sumaba como propios más de la mitad del año.
"Decenas de cartas y documentos que integran el archivo del Museo dan cuenta de las gestiones administrativas, comerciales y de divulgación relacionadas con la obra de Terry que llevó adelante Amalia. Fue protagonista de muchas actividades, tales como organizar el montaje del Museo, concretar la inauguración, impulsar refacciones, participar en la fundación y el sostenimiento económico del Club Atlético Terry de Tilcara, entre tantas otras. Pero, además, puesto que Terry era sordo, Amalia oficiaba como su intérprete ante la mayoría de las personas, en tiempos en que la Lengua de Señas Argentina recién comenzaba a difundirse", se relata.
"Hay dos documentos del archivo con información personal de Amalia: la libreta de casamiento y su testamento. Y sólo en tres artículos periodísticos la mencionan. Amalia prácticamente no aparece en los documentos públicos ni se la nombra en reseñas biográficas", lo que da cuenta de la situación de la mujer en aquel tiempo.
"Lo que sobrevive de ella son sus huellas y apariciones parciales: podemos reconocer su letra, sus redacciones y anotaciones -continúa el relato-. Amalia nos guía para recorrer el Museo que ella misma ha diseñado cruzando correspondencia con el primer director, Leonardo Pereyra, antes de la inauguración; vemos su sombra en una foto y encontramos su retrato en una obra inconclusa".
"La vida y la obra de Amalia nos dejan una gran metáfora para comprender el lugar de las mujeres en la historia del arte y la cultura: ella acompañó a Terry con su trabajo criterioso y ayudó a interpretarlo; sin embargo, su lugar en los documentos del archivo es silencioso. Quizá las huellas que nos dejó Amalia nos orienten en un camino de reconocimiento y reivindicación de las obras de tantas mujeres que contribuyen a edificar la cultura desde los inicios de la humanidad", se indica en el texto de Ana Laura Elbirt y Juan Ignacio Muñoz denominado "Vacíos y fragmentos en el patrimonio: propuestas didácticas a partir de la historia y la colección del Museo Regional de Pintura José A. Terry".
Temática en la pintura de Terry
Al recorrer las tres salas que integran la muestra homenaje a José Antonio Terry en el Museo Regional que lleva su nombre, vieja casona a la que también llegaron sus hermanas Leonor y Sotera. Específicamente una pintura de Leonor (que también era sorda como sus hermanos) da cuenta de ello.
Al apreciar algunas de las obras que componen la muestra, resumen del tránsito pictórico de Terry, desde ese París que lo recibe para afianzar sus estudios, hasta su vida en Buenos Aires, Chile y la misma Tilcara, el espectador puede reconocer los diferentes momentos de contemplación del artista. Van desde lo figurativo, a lo paisajístico. Y cuando nos referimos a ello es imposible no pararse en lo que, a finales del siglo XIX y los albores del XX se difundió en Argentina como criollismo que se originó como una expresión literaria de consumo popular, masivo, que narraba las aventuras -y desventuras-de personajes gauchescos. Esas historias muy pronto se reprodujeron en el circo criollo, en los tablados de los teatros, en las coplas de los payadores, en revistas y también en la pintura y la escultura, se destaca en un escrito que acompaña la muestra.
El criollismo encontró asidero para su discurso en tres grupos sociales que coincidían con un imaginario en el que el mundo criollo en general, y el gaucho en particular, representaban el corazón de la autenticidad nacional. Por una parte, la población nativa, de clases populares, que se había visto desplazada del campo hacia las ciudades, y que encontraba, en estas representaciones, la expresión de la nostalgia y el malestar que experimentaban en el nuevo entorno urbano. En segundo lugar, el criollismo ponía a disposición de un sector de los inmigrantes europeos representaciones que les resultaban de utilidad para asimilar, de forma práctica e inmediata, la cultura local.
A los artistas que formaron parte del criollismo en nuestro país se los denominó también los “primeros modernos” o “la generación del ‘80”. Algunos de estos escritores, pintores y escultores formaron la primera sociedad de artistas en Buenos Aires: la Sociedad Estímulo de Bellas Artes. Fueron también parte de este movimiento algunos de los maestros de José A. Terry: Reinaldo Giúdici, Ernesto de la Cárcova y Ángel Della Valle. Quizás la obra más famosa de Terry, entre tanta variedad, sea “Hacia la Chichería”, que retrata a Ángela Chavarría Cruz, y que se encuentra en el Museo Nacional de Bellas Artes. La tilcareña, nacida en 1895, también fue su modelo en otro cuadro, “Picanteras de Tilcara”.