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25 de Agosto,  Jujuy, Argentina
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Hallazgo de otros tiempos

Lunes, 25 de agosto de 2025 01:01

En vistas de una nueva mudanza, a pesar de la fiaca y las pocas ganas que tengo de levantar campamento, estos últimos días me vi obligada a hacer limpieza de placares. Tuve que ejercitar el control mental para dejar de lado los demás temas abiertos y empezar a revisar, clasificar, desechar. Mantener la concentración en una tarea tan poco simpática, es un gran desafío. A cada rato encuentro una excusa para mirar el teléfono, responder preguntas fáciles en los quiticientos chats de Whatsapp y reírme un rato con los reels de La Nonna de 95 años que le pone fernet al cafecito. Así y todo, más lentamente que lo requerido, algo de orden voy logrando.

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En vistas de una nueva mudanza, a pesar de la fiaca y las pocas ganas que tengo de levantar campamento, estos últimos días me vi obligada a hacer limpieza de placares. Tuve que ejercitar el control mental para dejar de lado los demás temas abiertos y empezar a revisar, clasificar, desechar. Mantener la concentración en una tarea tan poco simpática, es un gran desafío. A cada rato encuentro una excusa para mirar el teléfono, responder preguntas fáciles en los quiticientos chats de Whatsapp y reírme un rato con los reels de La Nonna de 95 años que le pone fernet al cafecito. Así y todo, más lentamente que lo requerido, algo de orden voy logrando.

Hoy, por ejemplo, revisando carteras viejas que no uso hace años, descubrí dos temas importantes. El primero, que es un error tremendo guardar carteras de cuero trucho, o simil cuero, o vinil. Vayan ya a revisarlas en sus placares, verán que se deshacen, se descaman. Es un despropósito. De haberlo sabido, se las regalaba a alguien para que las usara antes de que se deshicieran solitariamente adentro de mi placar.

La segunda cosa que descubrí, fue totalmente inesperada. Un hallazgo que se gana el protagonismo en estas líneas.

En el fondo de una cartera, doblada en cuatro, encontré una carta de mi madre escrita hace décadas, cuando yo recién me había ido de mi pueblo a estudiar a otra provincia. ¡Qué reliquia! No puedo calcular los muchos lugares que atravesó esta carta, ahora amarillenta, con los bordes doblados, la tinta corrida, y algunas manchas que bien podrían haber sido lágrimas, mate, o café. El hallazgo supuso, además, una distracción superior a todas las demás, pero valió la pena. Me senté entre cajas, pulóveres, zapatos y carteras despellejadas a saborear aquel retazo íntimo de mi pasado. Las primeras palabras me hicieron llorar y reír a la vez. Dice así:

"Querida hija, espero que al recibir esta carta te encuentres bien, mejorada de esa gripe horrible que tenías cuando hablamos por teléfono. ¿Ya aprendiste a no salir con el pelo mojado? Es una locura, con el frío que hace en Tucumán..."

Inmediatamente recordé que me lo decía porque, aunque el viento helado de la mañana me congelaba el cabello, yo insistía en bañarme temprano para despabilarme bien antes de salir. Aquel fue mi primer invierno en Tucumán. Recuerdo perfectamente esa gripe monstruosa que me retuvo varios días en cama, afiebrada, con mocos y chuchos de frío. Y todo por no hacer caso a mi madre que me repetía hasta el cansancio, verbalmente y por carta, que corrigiera mi mala costumbre de salir con el pelo mojado.

Seguí leyendo:

"... ¿ya tiraste a la basura esas medias con agujeros? Acordate que uno siempre tiene que andar con ropa interior impecable. Uno nunca sabe...".

En estas líneas largué una carcajada. Recordé la obsesión de mi madre, una tara, un TOC que tenía que ver con el estado de la ropa interior porque, si te pasaba algo en la calle, más vale que la bombacha debía estar en perfectas condiciones, sin agujeros y con elástico funcionando. En ese momento no entendía mucho a qué se refería. Tal vez pensaba que si me caía o me atropellaba un auto en la calle y me llevaban al hospital... Eso, y salir siempre con un pañuelo en la cartera, eran los recordatorios básicos e infaltables de mi madre. Podía no maquillarme, andar con el pelo revuelto o las zapatillas viejas, pero la ropa interior debía estar íntegra siempre. Es increíble cómo esas lecciones me han quedado grabadas a través de los años y de las generaciones porque, inconscientemente, me encuentro repitiendo hasta el hartazgo las mismas recomendaciones a mis hijas.

El resto de la carta es una trenza cocida de delicias caseras: un pequeño resumen de las noticias del pueblo, los logros de mi hermanita que crecía a pasos agigantados, los berrinches de una abuela que se resistía a los médicos y la visita inesperada de unos tíos ricachones y ruidosos. Seguí leyendo, saboreando cada rulo de una letra clara y redonda de la maestra que era mi madre. Hasta que llegué a la despedida:

"Bueno, hijita, abrigate, estudiá mucho, comé bien, cuidate, no te metas en cualquier casa, y sé feliz. Te amo, nos vemos en diciembre. Escribime. Siempre, Tu Mami que te adora".

¡Es increíble! Han pasado décadas, y estas palabras me siguen emocionando como la primera vez que las leí. Creo que las palabras escritas, los sentimientos transportados a un papel, contienen un valor enorme que supera con creces a los mensajes de textos, Whatsapps y audios. Uno cuando se sienta, agarra la lapicera y el papel y efectivamente se pone a escribir, deja un poco de su alma impregnado en cada trazo, en cada letra, en cada rulo, punto y coma. Una amiga entrañable escribía hasta en los márgenes y, si aún quedaba algún espacio en blanco, lo rellenaba con corazoncitos, caritas sonrientes y flores cargadas de amor.

Será que estoy vieja, será que la añoranza se mete cada vez más abajo de esta piel, será que los años me están volviendo nostálgica… o tal vez todo eso junto me esté pasando. Pero, pienso, qué bonito sería (piénsenlo un momento) que recuperemos la costumbre y el gusto, de escribir cartas de puño y letra, pesadas cartas, cargadas de noticias y amor.

Si tienen ganas, me contestan en Ig @siletreando.

 

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