Hoy vengo a compartir con ustedes un pedido que se está viralizando desde hace algún un tiempo. Es un llamado a la memoria colectiva, a la solidaridad y al amor. Personalmente creo que es necesario, que hace mucha falta y que profundamente se extrañan... LOS LENTOS.
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Hoy vengo a compartir con ustedes un pedido que se está viralizando desde hace algún un tiempo. Es un llamado a la memoria colectiva, a la solidaridad y al amor. Personalmente creo que es necesario, que hace mucha falta y que profundamente se extrañan... LOS LENTOS.
Sí, me refiero a ese baile ochentoso, noventoso, cuando nos vestíamos con tafeta brillosa, camisa con hombreras enormes, jeans rotos o nevados, ajustados con un cinturón de cuero ancho. Las chicas nos peinábamos con el flequillo banana, alto, bien alto, y nos pintábamos los ojos de verde, azul o rosado. Recuerdo que nos preparábamos en la casa de alguna amiga, y luego su papá nos llevaba al boliche en un Ford Falcon enorme, todas amontonadas oliendo a spray de pelo, a labiales de Mary Kay y a perfumes super dulces.
En mi pueblo, Ledesma, teníamos dos opciones: Krakatoa, que luego se llamó Rithuals, y Croco que después fue Brujas, enfrente de la Sociedad Sirio Libanesa. Ese era el punto de encuentro. Si nos gustaba alguien, sabíamos que ahí lo encontraríamos. No existían los celulares ni las redes para ponernos de acuerdo. Con suerte, algunos tenían teléfonos de línea, pero para uso extremadamente necesario. Así que confiábamos en la suerte o, en el mejor de los casos, si rompíamos la barrera de la timidez y durante la semana nos cruzábamos con nuestro pretendiente, acordábamos en vernos el sábado en el boliche. íQué emoción, cuántas mariposas en la panza!
En el boliche sonaban las canciones de moda, mucho rock y pop internacional, que solíamos bailar todos al unísono, parejitos. Nos ubicábamos en línea, una pierna adelante y quieta, mientras el torso se movía de izquierda a derecha, moviendo los brazos a la altura de la cintura, o arriba y abajo, coreográficamente al ritmo de la música. Algunos más habilidosos hacían unos pasitos y giros que copiaban de los video clips de las canciones que pasaban en la tele.
Hasta que por fin llegaba la hora, el momento más esperado, alrededor de las dos y media de la madrugada, en que las luces y los ritmos empezaban a menguar. A esa altura, uno debía asegurarse de estar cerca de la persona adecuada, aquella con la que compartiríamos un momento de intimidad único, con quien nos estrecharíamos en un abrazo profundo hasta volvernos uno. íEra hermoso! Cuando finalmente las luces se apagaban, las parejas conquistaban la pista, presos de emoción y ansiedad, bajo una luz violeta que resaltaba los dientes y las pupilas blancas. Nos movíamos lentamente, al compás de las melodías internacionales. Cerrábamos los ojos, nos dejábamos llevar, primeros tímidamente manteniendo una distancia prudente, pero a medida que la música nos envolvía, nos volvíamos más osados, pegábamos nuestros cuerpos hasta rozarnos las rodillas, hasta sentir el aliento del otro en la nuca, hasta que nuestra pareja nos quitaba la respiración.
El poder del amor, franco, genuino, adolescente, nos aseguraba que nunca nada nos separaría. No hablábamos, nuestras mejillas se rozaban con delicadeza, nuestras manos se llenaban de caricias. Entendíamos, con el lenguaje del amor, que nada se comparaba a la otra persona, que cuán profundo era nuestro amor, nos volvíamos esclavos del amor, y estábamos convencidos de que siempre nos amaríamos. "Cómo se supone que viviré sin tí" pensábamos, cuando se acercaba la hora de separarnos y nos dábamos un último beso. Aunque guardábamos en nuestro corazón la esperanza de que, el sábado siguiente, volveríamos a encontrarnos.
No sé en qué momento desaparecieron los lentos, hace décadas que no voy a un boliche, y no tengo idea de cómo se baila hoy en día. Pero hay algo que me trae este recuerdo, y que me hace pensar. Los aparatos, las redes, los avances en comunicación, paradójicamente, no hacen más que separarnos de manera física del otro. Lo veo en los jóvenes, cuya interacción se limita a emojis y mensajes de texto. Siento que hay una necesidad de contacto real, físico, con sus pares, que antes teníamos nosotros y que lamentablemente ha desaparecido.
Tal vez esta iniciativa no sirva para que la gente vuelva a estar más cerca, o tal vez sí. No lo sé, pero estuvo bueno el recuerdo, ¿cierto? Después de esto, estoy segura de que muchos cincuentones se sumarán al pedido de que vuelvan los lentos.
Les dejo esta playlist por las dudas: http://bit.ly/3HuhYJN ("Que vuelvan los lentos" de Sergio Rivero mdp).