Hay conceptos que muchas veces no queremos aceptar porque son abstractos, porque no se dejan ver en un microscopio y porque desafían la lógica racional con la que intentamos controlar la vida. Sin embargo, hoy es imposible negar que vivimos en una época donde el inconsciente colectivo -ese campo emocional compartido del que hablaba Jung- ya no solo se siente: se evidencia.
El inconsciente colectivo como fenómeno observable. Carl Jung postuló que los seres humanos compartimos una matriz simbólica universal: el inconsciente colectivo. En su época, esto era considerado más filosófico que científico. Hoy, sin embargo, la neurobiología social confirma su intuición: Las emociones se contagian a través de neuronas espejo; Los estados colectivos alteran la percepción individual; La resonancia emocional grupal se puede medir con sincronía cerebral.
Es decir: lo que siente la sociedad también reorganiza tu cerebro. Por eso, cuando observaba el estrés colectivo de fin de año, pensé inevitablemente en los algoritmos.
Los algoritmos y la predicción del comportamiento humano. Los algoritmos funcionan siguiendo un principio básico de la física: toda energía tiende a seguir el camino más probable. Es la lógica del determinismo estadístico: si un patrón se repite lo suficiente, la máquina lo asume como ley.
Por eso: Si escuchaste una canción de los 90 en Youtube... te van a aparecer veinte más; Si buscaste un aire acondicionado en Mercado Libre... te perseguirán aires hasta enero; Si vivís con miedo, estrés o perfeccionismo... tu cerebro te devolverá todas las "coincidencias" que confirmen ese estado.
La vida opera igual: donde ponemos atención, ponemos energía; y donde ponemos energía, generamos probabilidad.
¿Qué tan predecibles somos? La respuesta: más de lo que creemos, menos de lo que nos conviene. La antropología social muestra que la necesidad de estabilidad es un mecanismo evolutivo: permite coordinación, comunidad y supervivencia. Pero cuando esa necesidad se rigidiza en identidad -"yo soy así", "a mí las cosas siempre me salen mal", "no puedo cambiar"- aparece el problema: la identidad se vuelve un algoritmo cerrado.
Joe Dispenza denomina a esto "la adicción al yo conocido": repetir los mismos pensamientos, emociones y conductas que confirman el viejo yo, aun cuando sufrimos. Desde la neurobiología, esto se explica por la economía energética del cerebro: lo automático gasta menos energía que lo nuevo. Volvemos a ser quienes fuimos, no porque nos convenga, sino porque es barato para el sistema nervioso.
Caso: Dos decisiones, dos cerebros. Imaginemos a dos personas: Clara y Julián. Ambos enfrentan el mismo dilema: aceptar o no un cambio laboral importante.
Escenario 1 - Clara sigue el algoritmo del control. Clara siente ansiedad. Piensa en todo lo que puede salir mal. Consulta diez veces el calendario, revisa mil escenarios, no quiere equivocarse. Cerebro de Clara: Se activa la amígdala (miedo). Aumenta el cortisol. La corteza prefrontal pierde claridad y entra en "túnel de estrés". El cerebro busca confirmaciones negativas para justificar la inmovilidad. Resultado: no toma la oportunidad. Con el tiempo, siente frustración: "Siempre me pasa lo mismo".
Escenario 2 - Julián elige la disrupción. Julián también siente miedo, pero hace algo distinto: respira profundo, regula su sistema nervioso y se pregunta "¿qué versión de mí quiero que tome esta decisión?". Cerebro de Julián: Activa la corteza prefrontal (visión y planificación). Baja la amígdala por respiración consciente. Se activan ondas alfa, asociadas a creatividad y flexibilidad. Se abren caminos neurológicos nuevos: aprendizaje, adaptación, innovación. Resultado: acepta el desafío y su identidad se expande.
La diferencia entre Clara y Julián no fue la emoción, sino el algoritmo interno desde el cual decidieron.
¿Qué pasaría si en lugar de seguir el automático del estrés diéramos un giro disruptivo? La disrupción -en psicología y en física cuántica- tiene un significado profundo: introducir conciencia donde antes solo había repetición. El simple acto de observar tu pensamiento modifica su trayectoria. Esto no es misticismo: es neuroplasticidad + principio cuántico del observador.
Impacto en la salud: Bajás cortisol; subís dopamina y serotonina; mejorás inmunidad; y recuperás creatividad y claridad.
Impacto en la libertad: Dejás de reaccionar y empezás a elegir.
¿Qué pasa si al empezar el día reseteás tu algoritmo? Hoy el 90% de las personas encienden el cerebro mirando el celular. Eso cambia las ondas cerebrales de alfa (creativas) a beta alta (alerta y estrés). ¿Y si probás otra cosa? Respirar 2 minutos antes del café. Poner intención: "Hoy elijo claridad". Agradecer tres cosas antes de mirar Whatsapp. Repetir afirmaciones que abren posibilidades: Gracias. Hoy atraigo claridad, protección, milagros. Estoy disponible para lo que la vida quiere regalarme.
Esta pequeña disrupción genera un "espacio en el espacio", como diría la física cuántica: un momento donde el algoritmo se resetea y la realidad cambia trayectoria.
Ser disruptivo: más visión, menos control. Controlar trae enojo, frustración y desgaste. La claridad trae dirección.
Cuando soltás el control y activás la intuición -esa brújula neurobiológica que integra emoción y pensamiento- tu vida empieza a funcionar como un barco que ajusta las velas siguiendo el viento correcto. Hay tanto que no depende de nosotros... y tanto poder cuando dejamos de forzar y empezamos a fluir.
¿Es posible transitar diciembre sin quedar atrapados en el estrés innecesario? No solo es posible: es saludable, estratégico y necesario.
Tips para hackear algoritmos negativos. Cambiá un hábito mínimo: si tu algoritmo dice desayunar ansiedad, probá desayunar dignidad.
El cerebro ama la sorpresa: cambiá de camino, de playlist, de taza. Sorprendelo antes de que él te sorprenda con estrés.
Tratá a tus pensamientos como notificaciones: si no te aportan, silencialos. Hacé "ctrl+alt+suprimir" emocional: tres respiraciones largas y volvés a fábrica. Si la vida te tira anuncios de miedo, clickeá "Omitir anuncio".
(*) Pamela Arraya, psicología, neurociencias y cultura.