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Cuidemos nuestro entorno

Jueves, 09 de octubre de 2025 22:52

A veces olvidamos que el entorno no es algo que está afuera de nosotros. Creemos que empieza en el jardín, en la vereda o en la plaza, cuando en realidad empieza dentro de cada uno. Nuestro entorno más cercano es nuestro cuerpo, nuestra casa, nuestra familia, nuestras relaciones, los espacios donde transitamos a diario. Y todo lo que hacemos, decimos o dejamos de hacer, impacta en ese entramado invisible que nos sostiene y que llamamos "entorno".

Cuidar el entorno es cuidar la vida en todas sus formas. Es mirar con respeto lo que nos rodea y reconocer que somos parte de un mismo tejido. No podemos ensuciar el río sin ensuciarnos también por dentro. No podemos vivir rodeados de gritos, críticas o indiferencia sin que eso afecte nuestro propio equilibrio. Todo lo que emitimos —sea palabra, gesto, emoción o acción— deja huella. Y del mismo modo, todo lo que recibimos de los otros o del mundo también nos atraviesa. Por eso, cuidar el entorno es, en definitiva, cuidar la calidad de nuestras propias energías.

A veces creemos que el "cuidado ambiental" es algo grande, algo que solo pueden hacer los gobiernos o las organizaciones internacionales. Pero la realidad es que los cambios verdaderos empiezan en lo pequeño, en lo cotidiano. En el gesto de apagar la luz que no usamos, en separar los residuos, en evitar el consumo innecesario, en elegir productos que no contaminen, en plantar una flor o en no desperdiciar agua.

Cada acto consciente genera un impacto positivo que se multiplica, aunque no lo veamos de inmediato. También podemos cuidar el entorno emocional. No generar contaminación afectiva. Evitar los juicios apresurados, los comentarios hirientes, las malas palabras que envenenan el aire tanto como el humo de un cigarrillo.

Aprender a escuchar, a respetar los silencios, a poner límites sin lastimar. Ese tipo de cuidado también oxigena el ambiente, también limpia, también sana. Cuando cuidamos el entorno, no solo hacemos algo por los demás o por el planeta; lo hacemos por nosotros mismos. Un ambiente limpio, ordenado y armonioso favorece nuestra calma interior. Una casa ventilada, con luz natural, con plantas, con colores suaves, influye en nuestro ánimo. Lo que miramos, lo que escuchamos, lo que respiramos, va modelando nuestro estado de ánimo y nuestras emociones. Por eso es importante preguntarnos: ¿qué tipo de entorno estoy generando con mis hábitos, con mis palabras, con mis decisiones?

Al cuidar el entorno es también cuidamos los vínculos. No permitir que las relaciones se conviertan en espacios de desgaste, de manipulación o de indiferencia. Regar los lazos con afecto, con presencia, con atención. No dejar que se marchiten por falta de cuidado, como una planta olvidada. A veces, cuidar el entorno humano implica correrse un poco del lugar del ego, escuchar más, comprender al otro, o animarse a poner orden en lo que se volvió tóxico.

Esas pequeñas acciones restablecen el equilibrio y devuelven la energía a los vínculos. Y si vamos más allá, es cuidar la memoria del lugar que habitamos. Es honrar el árbol que nos da sombra, la tierra que pisamos, el aire que respiramos. Es sentir gratitud por la lluvia, por los pájaros, por el cielo que nos cubre. Es comprender que no somos dueños de la naturaleza, sino parte de ella. Y que el daño que le hacemos, tarde o temprano, regresa a nosotros en forma de sequías, enfermedades o desastres.

Podemos enseñar a los niños a cuidar el entorno, no tanto desde el deber, sino desde el amor. Mostrarles la belleza de una hoja, el misterio de una semilla, el milagro de un amanecer. Que aprendan a respetar los animales, a recoger la basura que encuentran, a valorar lo simple. Porque el amor es el mejor maestro del cuidado. Cuando algo nos importa, lo cuidamos naturalmente. A veces cuidar el entorno implica detenernos. Salir del ritmo acelerado y mirar alrededor. Observar qué necesita atención, qué está pidiendo una reparación, una limpieza, una palabra amable.

Los espacios también se cansan, se saturan, se cargan de emociones. Ordenar, ventilar, soltar objetos que ya no necesitamos, también es una forma de cuidar. Cada vez que despejamos un rincón, estamos creando lugar para lo nuevo, para lo fresco, para lo que puede florecer.

El entorno no solo se compone de materia; también está hecho de energía. Si llegamos a un lugar y sentimos incomodidad, pesadez o desarmonía, seguramente allí hay algo pendiente, una energía estancada o dolida. Y así como limpiamos una mesa o barremos el piso, también podemos "limpiar" la energía de un espacio con intención, con música suave, con sahumos, con oración o simplemente con silencio.

Cuidar el entorno también es cuidar el lenguaje. Las palabras son semillas que siembran realidades. Si hablamos con amargura, con queja o con desconfianza, estamos plantando eso mismo en el aire que respiramos. En cambio, si elegimos hablar con gratitud, con esperanza, con ternura, generamos un clima distinto, más luminoso, más habitable. Las palabras tienen un poder creador. Y nuestro entorno es, en gran medida, el reflejo de lo que decimos y pensamos a diario.

A veces nos acostumbramos a convivir con el desorden, con el ruido, con la contaminación visual o emocional, y creemos que eso es normal. Pero no lo es. Vivir en armonía es posible. Requiere atención, constancia y amor. Cuidar el entorno no significa buscar perfección, sino equilibrio. No se trata de tener todo impecable, sino de mantener la conciencia despierta. Saber que cada acción cuenta, que cada elección tiene consecuencias, y que el bienestar propio y el del planeta están profundamente entrelazados.

Podemos empezar hoy, con un gesto sencillo. Mirar alrededor y preguntarnos: ¿qué puedo hacer por este lugar que me cobija? Tal vez barrer la vereda, reciclar, limpiar una fuente de agua, regar las plantas, hablar más suavemente, agradecer más. Los pequeños actos son poderosos cuando nacen del corazón. Son los que construyen un mundo más amable. Cuidemos nuestro entorno, no porque sea una moda, sino porque es nuestra casa común.

Porque allí se refleja nuestra propia conciencia. Porque cuando cuidamos lo que nos rodea, estamos cuidando la vida en su totalidad. Y porque el cuidado es, en esencia, una expresión del amor: amor a la tierra, amor a los otros y amor a uno mismo. Cuando comprendemos eso, ya no hay diferencia entre barrer el piso, cuidar una planta o meditar en silencio. Todo se vuelve un mismo gesto de respeto, una misma manera de agradecer.

Cuidar el entorno es recordar que somos parte de algo mucho más grande, y que ese algo nos sostiene, nos alimenta y nos invita, cada día, a vivir con más conciencia y más amor. Namasté. Mariposa Luna Mágica.

(Correo electrónico: gotasygotitasjujuy@gmail.com)

 

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