POR SERGIO HIGA, Licenciado en Psicología (*)
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POR SERGIO HIGA, Licenciado en Psicología (*)
Freud tenía un amigo (1) que evitaba disfrutar de lo bello para ahorrarse la tristeza concomitante a su fin. Cabría preguntarle si absteniéndose de experimentar lo bello lograba realmente evitar la pena. También podría preguntársele por qué sería un afecto a evitar, ya que si bien no es algo que se busque conscientemente, tampoco se saltea a temprana edad, cuando la cultura aún no invadió lo suficiente al ser. De hecho, la pena presente en el duelo, ya sea por muerte o abandono, es una parte necesaria e indispensable del acto de amar, sin la cual no es posible luego relanzar este verbo.
Pero, así como el masoquismo le permitió a Freud afirmar que no todo dolor es expresión de una pérdida, ya sea anímica-objetal o de homeostasis corporal, tampoco es posible afirmar que todo llanto sea expresión de un dolor, ya que éste a veces trabaja al servicio de, no del duelo sino de lo que Freud llamaba la satisfacción pulsional de protestar, solidaria de la de dominar, ante la inminente desaparición del objeto de amor (2). Así, cuando se le exige a alguien, generalmente un niño, que no llore ¿cómo diferenciar al niño caprichoso del que intenta tramitar asertivamente una pérdida en una suerte de pequeño duelo?
La tristeza del duelo aparece cuando se hace consciente algo singular e insustituible del objeto de amor desaparecido. En tal sentido, el duelo anuncia la clausura de una vía a través de la cual se lograba alcanzar la satisfacción. A su vez, existen otras pérdidas derivadas, como ser el lugar simbólico y/o imaginario que el dolido mantenía en la relación: "para esa persona yo era. . . ", "esa persona para mí era. . . ".
También es común que en este estado emerja cierta culpa por las cosas que se habían resignado al elegir ese objeto, ahora también perdido. Una suerte de impotencia que se expresa en el dicho popular "sin el pan y sin la torta". Sólo luego de un largo y lento trabajo, el duelo llega a su fin y la libido queda disponible para ser depositada sobre otros objetos, ya sea personas, actividades y/o causas.
Existe también otra tristeza, una gozosa, que en palabras de Freud "se gana en este sufrimiento una satisfacción sádica" (3), dada por una identificación narcisista con el objeto perdido, al que ahora se lo ataca. De hecho hay muchas expresiones culturales que elogian dimensiones subjetivas afines. Por ejemplo, cuando Nomi Klaus, en la canción "The cold song" (4) dice "Let me, let me, freeze again to death" (Déjame, déjame, congelarme de nuevo hasta morir), o cuando el maestro Ricardo Vilca le canta al guerrero que defiende a su pueblo, señalándole directamente "y si tu caes ahora, ya mi raza no podrá, ahogarse entre las piedras, en pencas y soledad" (5). Esta segunda prosa, de una complejidad única, hace hablar a un destino que se interrumpirá con la llegada del progreso. Destino que consistiría en fundirse, abandonarse, siendo absorbido en y por el entorno. Algo que Lacan rescató de Callois cuando se adentró en el tema del narcisismo, concluyendo que la identificación con el entorno, el camuflarse o fundirse con este, responde a un instinto de abandono de sí (6). En dicha posición se realiza una oblación de la propia singularidad al entorno circundante.
No obstante, la prosa de Vilca habla de un anhelo de resignar la singularidad en pos de una coalescencia con la inmensidad, lo cual, en última instancia, para nada se refiere a una melancolía sino a una manera de alcanzar lo más elevado por una vía no habitual. Ya mucho tiempo antes, William Shakespeare abrió este problema con la célebre escena de su personaje Hamlet, quien se pregunta "¿Qué es más elevado para el espíritu? ¿sufrir los golpes de la insultante fortuna o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndolas frente, acabar con ellas?" (7). Es decir, ¿es posible que elegir la posición de menos, de aparente renuncia, de fundirse con el destino, resulte a veces ser la más conveniente? Shakespeare da sólo dos opciones.
Al reprender al niño cuando elige la segunda opción, tomar las armas, se le dice que está satisfaciendo su pulsión de protesta, pero a su vez, cuando se dispone a sufrir el golpe de la insultante fortuna por la pérdida del objeto, se le dice "los hombres no lloran", dando cuenta que esa pregunta de Hamlet es tan famosa porque posiblemente hace alusión a un problema ético sin solución, ya que también sería necesario contestar otra pregunta ¿Qué implicaría para la economía libidinal de los padres o del rey que el niño o un súbdito resignen un objeto?
(*) Sergio Higa es analista practicante de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Antena Jujuy de la EOL. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Docente de Psicopatología 2 de la carrera de Psicología de la Ucse. Psicólogo Clínico en el hospital Sequeiros.
Referencias: (1) Freud, Sigmund(1916 1915) "La transitoriedad", en "Obras completas", Amorrortu Editores (1976), Traducción de José L. Etcheverry, Buenos AiresTomo XIV. (2) Freud, S. (1920) "Más allá del principio del placer" Tomo XVIII, pág. 15. (3) Freud, S. (1917) "Duelo y melancolía", Tomo XIV, pág. 249. (4) El trágico reinado de Eduardo II, la triste muerte de su amado Gaveston, las intrigas de la Reina Isabel y el ascenso y caída del arrogante Mortimer, la versión de Carlos Gamerro, Oria Puppo y Tantanian basada en Eduardo II, de Christopher Marlowe. Teatro General San Martín. Caba, 2024. Disponible en https://open.spotify.com /intl-es/track/17n7O0A3B86 m0wepImtEIu?si =a06537a556c24303. (5) Vilca, Ricardo. "Quebrada de sol y de luna", en "Música del altiplano". Disponible en https://open.spotify.com/intl es /track/0phTeqv9Uz 1V9ZAuc8K2MT? si=b6e78b03029f49b8. (6) Lacan, Jacques, (1949) "El estadio del espejo en la formación del jo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica". En "Escritos" Madrid, Siglo XXI, 2002. (7) Shakespeare, W. (1599-1601) "Hamlet. Príncipe de Dinamarca". En Obras completas. Estudio preliminar, traducción y notas por Luis Astrana Marín. Primera versión integral del Inglés. Aguilar, 2003, pág. 130.