La vida suele ser más extraña que los cuentos, siguió diciendo el comisario Pierro, pero les aseguro que son bastante parecidos. Estos que ustedes leen podrían pasar por hechos reales, y hay anécdotas que tienen todo el formato de un relato, como la de aquella mañana en la que Hugo Conde no encontró los Laberintos en el diario.
El hecho, pensó, daba para una carta, así que se sentó a escribirla junto a la taza de café del desayuno. Como en las anteriores, la guardó en un sobre y se la entregó a su sobrina para que la dejara en la recepción del diario, donde confiaba en que Dubin la podría retirar. Los tiempos de las cartas, de todos modos, son lentos.
Esta carta no dependía del correo sino de cuando Dubin bajara a la ciudad de San Salvador de Jujuy, siguió recordando Bautisto Pierro. Lo recuerdo porque esa vez lo acompañé, nos dijo: retiró el sobre y caminó despacio bajo el sol de la Belgrano, lo abrió y sonrió por ese tinte de humor que tenía el pequeño drama.
Don Hugo le escribía que esa mañana abrió el Tribuno y los Laberintos no estaban. Acaso esperara la conclusión de alguno de estos relatos, tal vez era la costumbre o el vicio se seguirlos, se puso nervioso y estuvo a punto de llamar a la redacción para reclamar. Toda la escena debe haber durado menos de un minuto.
Antes de llamar, porque seguramente algún titular llamó su atención, siguió pasando las hojas, deteniéndose en alguna foto, ojeando algún texto hasta que nos volvimos a ver, en otra de las páginas interiores donde desde entonces estamos.
