Pensar que un primo de Perla era zorro y correteaba por los cerros, llevaba nuestra realidad casi hasta las fronteras de la fábula. Sería algo parecido a lo de los capiangos, dijo el padrecito porque le gustaba la historia patria. Dice la leyenda que las montoneras de Quiroga contaban con algunos de esos brujos.
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Pensar que un primo de Perla era zorro y correteaba por los cerros, llevaba nuestra realidad casi hasta las fronteras de la fábula. Sería algo parecido a lo de los capiangos, dijo el padrecito porque le gustaba la historia patria. Dice la leyenda que las montoneras de Quiroga contaban con algunos de esos brujos.
La historia, nos dijo, dice que entre sus hombres había algunos que se escondían en cuevas, se revolcaban sobre cuero de tigre y corrían entre las tropas, antes del combate, con toda la furia de ese felino en el que se habían convertido. No quedan relatos de esos combates, pero si del temor de los otros, los que debían enfrentarlos.
Podemos suponer, agregó, que ya en el campo de batalla sus enemigos alzaban sus armas para entrar en el combate, y veían llegar las tropas con sus anchas monteras hasta que, entre ellas, se aparecían esos tigres morrudos, llenos de furia, para despedazarlos con sus dientes y sus garras. No sé qué diferencia habría entre morir ensartado por un sable o comido por una fiera, pero esa diferencia los aterraba.
Los soldados que conocían ese secreto eran de los más apreciados entre los que tuvo Facundo, pese a lo cual los enredos de la política de entonces terminaron por derrotarlo. Ustedes recordarán que no cayó en combate sino en una emboscada, atravesando Córdoba para mediar entre las facciones enemistadas de nuestras provincias norteñas.
Quiroga tuvo sus herederos, pero eso es largo de contar, lo que interesa es que no todos los soldados toleran que se les cambie el general.
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