Como el lector de esta columna semanal sabe, nos ocupa en esta columna la música clásica y en especial la música antigua, el motivo de cada artículo. La música antigua es extensa, no tiene un inicio fijo ni tampoco un límite preciso al final.
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Como el lector de esta columna semanal sabe, nos ocupa en esta columna la música clásica y en especial la música antigua, el motivo de cada artículo. La música antigua es extensa, no tiene un inicio fijo ni tampoco un límite preciso al final.
El lector ilustrado sabe que la música clásica surgió en Europa, cuna de occidente. Pero el destino de América hizo que formáramos parte de Occidente, con quien compartimos una cultura y lenguaje comunes.
En artículos anteriores hemos conocido a los autores italianos que llegaron a la América Virreinal: Domenico Zipoli y Enrique Ceruti. Si bien los territorios coloniales recibieron principalmente españoles y gente que habitaba en los territorios sujetos a la Casa de Habsburgo reinante en Madrid y que llevaron música de estos territorios, con la llegada de los Borbones al trono español se dió un giro drástico en lo musical y el gusto estético se orientó hacia Italia. Italia era la cuna de la ópera y este género también empezó a cultivarse en América Latina. Se escribió una ópera en el Virreinato del Perú “La púrpura de la rosa” (estrenada en 1701) cuyo autor es Tomás de Torrejón y Velasco y el libreto es de Calderón de la Barca.
Estos elementos culturales europeos encontraron acogida en los habitantes de nuestro suelo americano, principalmente dentro de las grandes civilizaciones que ya existían, sobretodo en Bolivia, Perú y México. Lo más interesante es la fusión de elementos indígenas con elementos europeos en las artes: la arquitectura, la pintura, la música. El lector ilustrado y el que no lo es tanto, de Salta y Jujuy no está ajeno a esto, pues el portal de madera del convento de San Bernardo y los ángeles arcabuceros de la iglesia de Uquía son un testimonio del arte barroco sudamericano, con la impronta mestiza que nuestro suelo ha aportado a la historia del arte universal.
Precisamente, este arte mestizo barroco latinoamericano, produjo obras maestras y dió artistas de gran envergadura. No olvidemos al primer escritor mestizo, el Inca Garcilaso de la Vega y sus crónicas tan famosas, testimonio literario de la colonia.
En el mismo Perú y teniendo grandes maestros, nace el primer compositor de suelo americano: José de Orejón y Aparicio.
Como mucha música clásica, la música barroca de nuestra América colonial nació como música clásica y se la sigue interpretando así en salas de concierto, principalmente de Europa. En esta ocasión hablaremos del Códice Martínez Companhón.
A finales del siglo XVIII, Baltasar Jaime Martínez Compañón, obispo de Trujillo en el Virreinato del Perú, hizo un viaje de varios años para conocer la región que tenía a su cargo. Tiempo después, cuando tuvo que dejar Trujillo porque fue nombrado arzobispo de Bogotá en la actual Colombia, Martínez Compañón le envió al rey de España una serie de más de 1.400 ilustraciones, que había hecho durante ese viaje. Estas imágenes, que están actualmente en la biblioteca del Palacio Real de Madrid, se conocen como el “Códice Trujillo del Perú” o “Codex Martínez Compañón”. Dieciocho de las imágenes del códice Trujillo, contienen las partituras de 20 piezas musicales. Son las estampas que van de la E. 176 a la E. 193 del tomo II del Códice Trujillo, y corresponden a la música que recopiló el obispo Martínez Compañón en el noroeste del Perú entre 1782 y 1785. Aunque se trata de música escrita según la tradición europea, tiene elementos que provienen de distintas culturas, justificando el mestizaje de la cultura latinoamericana.
He tenido el enorme placer de cantar algunas de las obras del Códice Martínez Companhón en la ciudad donde resido, Colonia, Alemania. En esta ocasión, me acompañó el gran musicólogo y charanguista peruano Julio Mendívil, catedrático de la Universidad de Viena, Austria.
Además de obras coloniales peruanas con charango, interpretamos obras en idiomas de los indígenas del altiplano. Los huaynos peruanos “Valicha” y “Capuli nahui“, danzas del Cusco y la canción en aymara “Nayrita masa“, de la región del Lago Titicaca.