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18 de Julio,  Jujuy, Argentina
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Laberintos humanos. Corrigiendo errores

Viernes, 08 de septiembre de 2017 21:08

Cuando el hombre me dijo que ella no amaba a su marido y que él la amaba más, pero que por mis palabras ahora estaba solo, pensé que debía hacer algo, nos contó Amadeo Don, y al otro día fui a casa del zapatero y le di un discurso sobre el amor.

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Cuando el hombre me dijo que ella no amaba a su marido y que él la amaba más, pero que por mis palabras ahora estaba solo, pensé que debía hacer algo, nos contó Amadeo Don, y al otro día fui a casa del zapatero y le di un discurso sobre el amor.

Le dije que amar no era tener alguien que nos cocine y nos planche las camisas, le hablé de las fuerzas que en el universo se aman para que salga el sol y brote el maíz, y terminé diciéndole que la felicidad nace cuando hay un sentimiento verdadero, por lo que zapatero contrató a una muchacha que le cocine y le zurza las medias, y le dijo a su mujer que hiciera lo que quisiera.

No te guardo rencor si amás al otro más que a mí, le dijo y ella puso sus cosas en una valija porque se sintió despechada. Al atardecer la vi esperando el tren en la estación, cabizbaja, y le pregunté por qué no estaba con el hombre que me había dicho que lo amaba. Ella alzó los ojos y me dijo que eso era lo que él decía, pero no lo que ella sentía.

Pensé que tanto juntarla con su esposo como, luego, separarlos, fue un acto de arbitrariedad mía, cosas que sólo lograba por mi locuacidad pero que no eran justas. Pensé que debía corregirme, medirme a la hora de actuar cuando vi que del mismo vagón al que subía la mujer con su valija, bajaba un hombre con la suya. 

El hombre que bajaba me saludó alzando la cabeza y fue hasta la plaza, donde abrió su maletín, sacó una serie de láminas que colgó de un atril y empezó su función ante los niños del pueblo, muchos de los cuales ya son gente grande.

 

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