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22 de Julio,  Jujuy, Argentina
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Laberintos humanos. La partida

Lunes, 08 de mayo de 2017 22:14

Armando me contó que Baldomero Cruz dejó atrás la puerta de su casa, hundió las manos en los bolsillos y echó una mirada en derredor para apurar el paso. A poco de andar se arregló los cabellos y sonrió, después caminó más relajado.

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Armando me contó que Baldomero Cruz dejó atrás la puerta de su casa, hundió las manos en los bolsillos y echó una mirada en derredor para apurar el paso. A poco de andar se arregló los cabellos y sonrió, después caminó más relajado.

No tenía apuro ni huía, cruzó la calle como quien hace algo definitivo y se sentó en un banco de la plaza, donde dedujo que algo había comenzado. El sol caía sobre el cerro como una moneda en la ranura de un viejo teléfono público, aplastando el vientre sobre la piel del horizonte para deformarse, cambiar de color y desaparecer con el velo gris de la luz a cuestas.

Pasaba poca gente a esa hora, poco más que la brisa entre las ramas del árbol, su susurro y el lento hamacarse del alumbrado público en medio de la calle. Baldomero Cruz pensó que era feliz, y no por haber dejado atrás algo que ya no quería ni por la esperanza de lo grato que lo aguardaba, sino justo por lo contrario.

Ni siquiera sabía cómo es que le había sucedido, y cuando se puso de pie para seguir su camino creyó que quienes lo saludaban pensaban que se habría equivocado de rumbo porque el regreso era hacia allá, por donde Baldomero Cruz ya no iba. Contó las monedas que le quedaban en el bolsillo y entró a un bar.

El murmullo sumaba risas ebrias al relato de un partido de fútbol que no le interesaba, y que se proyectaba en la pantalla de la televisión. Sobre las mesas había cantidad de botellas de cervezas, y cuando Baldomero Cruz se sentó y muchos pensaron que pagaría una vuelta, él alzó la mano para pedir un té.

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