¡Buen día! El Jueves Santo es una jornada especial en el marco de la Semana Santa. Es ciertamente un día de fiesta, porque se recuerda la institución de la eucaristía y del sacerdocio. Pero, al atardecer, la fiesta se transforma en pena.
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¡Buen día! El Jueves Santo es una jornada especial en el marco de la Semana Santa. Es ciertamente un día de fiesta, porque se recuerda la institución de la eucaristía y del sacerdocio. Pero, al atardecer, la fiesta se transforma en pena.
Terminada la cena con los discípulos, Jesús parte hacia el huerto de los olivos para vivir una de las experiencias más dolorosas de su vida, sólo superada luego por la cruz.
En el huerto percibe con toda intensidad cómo será su muerte al día siguiente. “Padre -le dice a Dios- si es posible, aleja de mí este cáliz. Pero que no se cumpla mi voluntad sino la tuya” (Mt 26,39). Fue tan intenso el dolor, que su
cuerpo llegó a transpirar sangre abundante.
Luego vendrían el arresto, los interrogatorios, las torturas, la condena, la crucifixión, la muerte. Al fin, la muerte; cuando Jesús había probado ya todos los horrores que un hombre puede soportar.
Los ojos de Jesús estaban muertos, pero seguían mirando. Es que la mirada del amor puede prescindir de las pupilas. Lo dice un antiguo himno castellano que reza la liturgia en nuestros días.
Es especial para decirlo mañana, Viernes Santo, meditando ante la imagen de la Cruz:
“Ojos muertos que miráis con mirar indescriptible y con fuerza irresistible, atraéis y cautiváis, ¿por qué, si muertos estáis, tenéis tan viva expresión que así turbáis mi razón trocando vuestras miradas en dos punzantes espadas que parten mi corazón?
Al veros, ojos piadosos, todo mi ser se conmueve. ¿Quién a miraros se atreve sin llorar, ojos llorosos?
Me cautiváis amorosos, me reprendéis justicieros, inspiráis dolor y calma, sois tiernos y sois severos, y las borrascas del alma enfrentáis sólo con veros”...
Hasta mañana