Como el talabartero nos dijo que esa escritura china debía ser el nombre de su sobrino, Aurelio de la Cruz Benítez, vecino de Sumay Pacha, lo dejamos volver a su trabajo y nos subimos al auto del remisero. Voy a tener que cobrarles el viaje porque el auto no es mío, nos dijo y asentimos.
inicia sesión o regístrate.
Como el talabartero nos dijo que esa escritura china debía ser el nombre de su sobrino, Aurelio de la Cruz Benítez, vecino de Sumay Pacha, lo dejamos volver a su trabajo y nos subimos al auto del remisero. Voy a tener que cobrarles el viaje porque el auto no es mío, nos dijo y asentimos.
No nos costó mucho dar con la puerta escrita con esas mismas letras, casi dibujos, que el obrero del cuero nos dijera que se podían leer como el nombre del dueño de casa, batimos palmas, esperamos a que se nos atendiera atentos a los movimientos que vimos a través de la ventana, y en cuanto abrió la puerta notamos su evidente gesto de sorpresa.
Pasen, nos dijo de todos modos mientras se limpiaba las manos con un repasador. Nos invitó a sentarnos a su mesa, donde pusimos nuestros celulares, todos en el mensaje en el que nos preguntaba si sabíamos qué iba a sucedernos mañana, y Armando le señaló el remitente, que en ideogramas japoneses decía casi lo mismo que lo que estaba escrito en su puerta.
Nunca pensé que lo iban a descubrir tan rápido, nos dijo a modo de elogio. ¿Y descubrieron lo que les pregunto? No, dijimos los cinco negando con la cabeza. ¿Qué es lo que tenemos que temer que pueda suceder mañana?, quiso saber don Braulio y el remisero empezó por decirnos que lo de mañana era, en principio, una trampa.
¿Cómo pueden saber ustedes qué día escribí ese mensaje?, nos preguntó y Amadeo Don, medio enojado por el falso misterio, le respondió que el día y la hora de un mensaje estaban al comienzo del mismo mensaje.