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10 de Septiembre,  Jujuy, Argentina
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Laberintos humanos. El eco del romance

Viernes, 25 de julio de 2014 00:00

A la vera de la vertiente, Humberto comenzó a tramar los versos de un nuevo romance porque se había llenado de esperanzas. Y ya no le cantaba al amor del español Carlos, que había desertado de los ejércitos del rey, con la india Leonor, que se abrazaban en el andar de la derrota, sino al guerrero Eleuterio desparramando su filo en medio del campamento.

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A la vera de la vertiente, Humberto comenzó a tramar los versos de un nuevo romance porque se había llenado de esperanzas. Y ya no le cantaba al amor del español Carlos, que había desertado de los ejércitos del rey, con la india Leonor, que se abrazaban en el andar de la derrota, sino al guerrero Eleuterio desparramando su filo en medio del campamento.

Y su estampa de hombre inmenso defendiendo los cuerpos de los heridos que esperaban echados el degüello, su figura de piedra doblegando al enemigo bajo las órdenes de doña Carmen, pasó de la voz del poeta limeño a las guitarras y se repitió en cada campamento, a la vera de cada fogón, resumido a cielito, bailado en alguna zamba o entonado en coplas.

Viajó más al sur, hacia el Tucumán, y entró a la carpa del general Belgrano que aguardaba, con su pueblo en el exilio, la hora del regreso a la tierra, y al escuchar los versos de ese indio tilcareño, de Eleuterio frenando solo con su sable a toda la partida goda, le hizo pensar que el éxodo fue una medida acertada y que ya llegaría la hora de regresar y de vencer.

Pero así como el nombre de Eleuterio, sin que se lo conozca y creyéndolo más un mito que una persona real, se repetía de campamento en campamento, el de Humberto, su poeta, quedaba para siempre oculto como el de un niño que se esconde tras la peña cuando llega la sangre del combate.

Y doña Carmen, Leonor, Donata y la abuela Narcisa se bañaban en el agua de la vertiente que les daba alivio en ese andar de huida tras de que fuera atacado su campamento gaucho.

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