En la cueva, doña Nazaria limpió la herida de Humberto y lo dejó durmiendo. Si había alguna chance de que volviera en si era después de descansar. Más allá, Tomás estaba abrazado a la Donata junto al fuego de la fogata. Su herida no era grave pero lo era la situación.
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En la cueva, doña Nazaria limpió la herida de Humberto y lo dejó durmiendo. Si había alguna chance de que volviera en si era después de descansar. Más allá, Tomás estaba abrazado a la Donata junto al fuego de la fogata. Su herida no era grave pero lo era la situación.
¿Habían dado Leopoldo y Eleuterio con el español fugitivo? ¿Dónde estaban después de tantas horas desde que partieron tras su rastro? La lucha había sido dura y Donata se lució como el mejor de los guerreros, pero si sólo quedaban ellos: dos heridos, una mujer, una abuela y un bebé, Carlos no bastaba para mantener la posición y seguirle haciendo daño a los españoles que habían ocupado Humahuaca.
Carlos se había encargado de arrastrar los seis cadáveres enemigos para darles sepultura y estaba exhausto. Ya debía haber pasado la mitad de la noche cuando se quedó dormido. A Tomás, a pesar de su herida, le tocaba la misión de hacer la guardia y lo hacía junto a la Donata.
Estaba orgulloso de su mujer por cómo se había batido con la fuerza de un hombre. Esas eran las mujeres que ayudarían a frenar la invasión del ejército realista, y esa era la mujer que Tomás quería para si. En los brazos de ella, que habían alzado el sable, dormía Tomasito, y era para él para quien tenían que proteger el futuro.
Doña Nazaria rezaba en murmullos. ¿Era la voluntad de Dios que terminaran así?, se preguntaba cuando vio cómo Eleuterio entraba a la cueva con Leopoldo alzado en sus brazos. Leopoldo parecía no reaccionar y las dos mujeres se persignaron.