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10 de Septiembre,  Jujuy, Argentina
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La guerra y la raza

Sabado, 05 de abril de 2014 23:28

Cuando la noche nos escondió de la persecución de los soldados realistas, Leopoldo me mostró ese dibujo retorcido en la superficie de una piedra. Leopoldo pensó que alguna vez alguien habrá sabido lo que significaba y yo, pensando en la vida, pensé que acaso nadie lo supiera nunca.

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Cuando la noche nos escondió de la persecución de los soldados realistas, Leopoldo me mostró ese dibujo retorcido en la superficie de una piedra. Leopoldo pensó que alguna vez alguien habrá sabido lo que significaba y yo, pensando en la vida, pensé que acaso nadie lo supiera nunca.

Era la guerra la que había enrarecido mi tiempo para que llegara a esas conclusiones a las que llegaba por ser Eleuterio, el indio, y no el abajeño Leopoldo. Eran la guerra y la raza las que danzaban en mis palabras, y la guerra y la suya en las de mi compadre.

De no haber pasado las tropas por el pueblo en que nací, de no haberme alzado como alzaron a mi padre, mi vida habría tenido los ritmos de ir a buscar agua cuando la había en la vertiente, de ir a buscar leña para cocinar, de juntar la majada o aporcar los surcos. Eso cada día desde antes de salir el sol hasta el ocaso, y después de más días la fiesta de algún Santo, la señalada de la hacienda, la espera de la noche de las almitas y el carnaval.

Más espaciados aún  la llegada de algún hijo, la muerte de un ser querido, una bajada brava del río y un año de muchas papas. La vida no era un dibujo tan retorcido como ese que Leopoldo me señalaba en la piedra del antigal aunque jamás lo sabría porque alguna vez, como a mi padre, el patrón nos llamó al servicio de la tropa y partimos.

Pero acaso no fuera así, pensé repentinamente, y en las horas del hombre que coquea lentamente entre las líneas de las papas, el destino también podía parecer una serpiente enrollada.

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