°
10 de Septiembre,  Jujuy, Argentina
PUBLICIDAD

La mujer que hilaba

Miércoles, 16 de abril de 2014 12:54

La mujer que hilaba se volvió para vernos y supimos de toda la dimensión de su belleza: la profundidad de sus ojos, la tentación de sus cabellos, el color de su piel y su suavidad. Su voz, cuando nos pidió que nos sentáramos a su lado, fue por si sola una caricia. No nos supimos negar a su invitación pero empezaron a separarnos los celos.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

La mujer que hilaba se volvió para vernos y supimos de toda la dimensión de su belleza: la profundidad de sus ojos, la tentación de sus cabellos, el color de su piel y su suavidad. Su voz, cuando nos pidió que nos sentáramos a su lado, fue por si sola una caricia. No nos supimos negar a su invitación pero empezaron a separarnos los celos.

Leopoldo hablaba con esa seguridad abajeña que empezaba a molestarnos con su prepotencia insoportable. A Leopoldo y a mí nos exasperó que Tomás pudiera olvidar tan fácil todo el amor que sentía por su joven cochabambina, y a ellos les habrá chocado algo de mí, algo de lo que ni yo mismo supe darme cuenta.

Cada uno se sospechaba el preferido de la mujer que hilaba. Leopoldo descontó que no tardaría en prendarse de su porte de infante del ejército cuando Tomás pensó que ese amor cochabambino, que había vuelto imposible la guerra, lo hacía más atractivo para la mujer que hilaba.

Yo creía que era el dueño natural de esa mujer por ser el mayor de los tres, y teniendo en cuenta semejante derecho hice callar a Leopoldo, que pretendía lucirse con sus palabras seguras. Entonces Leopoldo me miró lleno de furia para decirme que yo no era nadie para mandarlo callar.

No toleré su falta de respeto y, como si fuera la consecuencia natural de lo que venía sucediendo, le clavé el puño sobre el labio. Apenas si comprendí mi acto cuando lo vi sangrar y ensuciarse la mano de rojo. Retrocedió para ponerse a salvo de mi violencia, pero no para resguardarse sino para incitarme a la pelea.

 

 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD