Y ya es hora de que, para que esta historia se precie, les hable de mis amores, dijo el gaucho Juan Bautista de los Montes poniendo un pie sobre un diario que puso sobre el asiento de la silla. Les hablaré de aquella muchacha que era tan liviana y silenciosa que flameaba agarrada de los flecos de mi poncho cuando mi caballo atravesaba el desierto, dijo.
Era apenas si una pluma y un susurro en mi vida. Nadie ha podido acusarla de criticar a ausentes ni a presentes, porque nadie le oyó la voz. Hay quien dice que su voz todita se le fue del cuerpo cuando la partera le palmeó las nalgas. ¿Tan fuerte habrá sido ese golpe?, le preguntó Isidoro Ducase.
Qué se yo, dijo el paisano, que ya la conocí más grandecita. Hay amores que dicen que duran toda una vida, agregó con tono sabio, pero de pocos se asegura que comienzan en la cuna salvo el amor a la madre. Ni haría falta que lo aclare, dijo Juan José Ferreira Miranda.
Pero es que de lugares comunes está hecha la milonga de este gaucho, dijo Juan Bautista de los Montes aumentando la apuesta de sus versos, aunque hay quienes aseguran que los comunes ya son mejores que los míos, alardeó su modestia. Porque si hay algo modesto en esta patria, dijo, eso es el gaucho.
Sarmiento más bien decía que el gaucho era molesto, terció el peluquero que había leído al maestro. Eso decía y me hago cargo, dijo el gaucho fuera de si, porque si les dije que les iba a hablar de mis amores, les voy a hablar de mis amores. Y les puedo asegurar que tuve que leer a Sarmiento en la escuela, pero jamás me enamoré de él.