Mi tío prefería a Sinatra antes que Cafrune, dijo de los Montes, y no por eso dejaba de ser gaucho. Es que ya no hay gauchos como los de antes, dijo el peluquero. Bueno, dijo de los Montes, pero mi tío era de los de antes. Y tan de los de antes era que jamás montó a caballo.
¿Dónde se ha visto un gaucho que no monte a caballo?, se ofuscó Juan José Ferreira Miranda. Es que mi tío era gaucho desde antes de la llegada de los españoles, dijo de los Montes. ¿Cómo es posible que su tío fuera anterior a la conquista?, quiso saber el padrecito.
Es que era el mayor de los hermanos, dijo Juan Bautista de los Montes. Mis abuelos tuvieron doscientos treinta y cuatro hijos, aseguró. ¿Doscientos treinta y cuatro?, preguntó asombrado el padrecito. Sin contar a las mujeres, dijo el gaucho, y eso que el abuelo era estéril.
Milagros de la ciencia, dijo el mayor de los abuelos. De la ciencia que tenía el vecino para saltar la pirca, dijo Juan Bautista de los Montes, hasta que una vez mi abuelo puso espinas de churqui entre las piedras y el vecino se quedó enganchado con su pantalón de barracán. Todavía se escuchan los gritos del pobre vecino, dijo.
La que más lo lamentó fue la abuela, siguió contando. Estaría enamorada, dijo el curita. No tanto, dijo Juan Bautista de los Montes, pero fue la encargada de zurcir el barracán para que el vecino no se enfriara las piernas. ¿Y qué dijo de eso su abuelo?, preguntó Ducase. Nada, dijo del Monte, porque estaba ocupado en preparar la comida para sus doscientos treinta y cuatro varoncitos.