Cuando el gaucho dijo que don Zerpa era un gran poeta, todos supimos que ya no hablaba del de los encuentros cercanos y la cuarta dimensión sino del abrapampeño, pero nadie se animó a corregirlo. Juan Bautista de los Montes parecía ponerse violento y nosotros somos gente de paz.
¿Saben que pasa?, dijo Juan Bautista de los Montes como para disculparse. A mí no me pone bravo el vino sino las empanadas fritas. Será la herencia del hígado materno, trató de explicarse. Y les puedo asegurar que no hay cosa pior que mal hígado para un hombre de a caballo, sentenció.
Y pior si es hígado fritado, dijo para seguirnos confundiendo, porque mi mama me ha criado a puro chicharrón. Ustedes vieran lo difícil que era comerlo, dijo. Será de digestión delicada, dijo el menor de los abuelos. Que digestión ni digestión, siguió Juan Bautista de los Montes. Es que el chicharrón no pasaba por el agujerito de la mamadera.
Pero uno se envicia, siguió reflexionando. Es como el juego, que a uno lo atrapa y no lo suelta. ¿Usted se envició con las barajas?, le preguntó Ferreira Miranda. Una vez quise comerlas pero eran muy duras, dijo el gaucho, pero el juego que me atrapó era el de saltar el elástico.
¿Jugaba al elástico por dinero?, quiso saber el curita para sermonearlo. No vaya a crer, dijo el gaucho, pero una vez me enredé las patas y no pude salir sino cortando el elástico con el cuchillo. La pasé feo ese día, dijo, porque no hay nada más triste que ver a esas chinitas del colegio riéndose, como se reían, de un gaucho duro como el que soy, dijo.