Me preguntarán que cómo estaba allí, en plena neblina al poniente de Bárcena, siguiendo a un desconocido que me guiaba ya no recordaba hacia donde. Y la verdad es que no tengo la menor posibilidad de darles una respuesta. Sólo perseguía el deseo de conseguir un buen cuento para que ustedes puedan leer en estos Laberintos, y por un buen cuento no hay riesgo que uno no corra.
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Me preguntarán que cómo estaba allí, en plena neblina al poniente de Bárcena, siguiendo a un desconocido que me guiaba ya no recordaba hacia donde. Y la verdad es que no tengo la menor posibilidad de darles una respuesta. Sólo perseguía el deseo de conseguir un buen cuento para que ustedes puedan leer en estos Laberintos, y por un buen cuento no hay riesgo que uno no corra.
Mi guía se seguía lamentando de que yo no hubiera llevado ningún talismán para ahuyentar desgracias, que cualquiera que aprecie su vida lo alzaba de la mesita de luz sólo para ir al baño, me dijo, y usted me sigue a mi que soy un extraño, que puedo ser un descuartizador de escritores, que puedo ser un asesino serial que ataca a gente con barba, y viene sin tan siquiera una estampita de San Pitafio.
Y si había un santo del que yo no sabía nada, ese era el que acababa de nombrar el hombre que, ante mi sorpresa, se agarró la cabeza y murmuró que para peor estaba guiando a un pagano. Le pedí delicadamente que no me discriminara por mis creencias, y el hombre dijo que claro, total que ahora se permite cualquier cosa. Pero no terminaba de decirlo cuando escuchamos que en medio de la bruma una garganta gemía palabras que no alcanzaba a pronunciar.