Algunos, más suspicaces, sospechan que la muchacha rezaba escondida porque sus deseos eran inconfesables. Unos decían que le pedía una venganza, que los santos no suelen dar y que, además, es mal vista, cuando otros aseguran que quería quedarse con el marido de su vecina.
Algunos, más suspicaces, sospechan que la muchacha rezaba escondida porque sus deseos eran inconfesables. Unos decían que le pedía una venganza, que los santos no suelen dar y que, además, es mal vista, cuando otros aseguran que quería quedarse con el marido de su vecina.
Pero todos saben, o debieran saber, que los santos no otorgan sino cosas justas, y eso decía una conocida en la puerta del mercado cuando otra, que la escuchó al pasar, dijo que dice eso porque no conoce a la vecina, que le hace la vida imposible al marido. En su caso, explicó, robárselo es hacerle un bien.
Lo correcto, explicó otra mujer que sabía de eso de perder maridos, es que el hombre se de cuenta solito de su desgracia y entonces ella adquiere pleno derecho a seducirlo. Pero de ninguna manera eso se le puede pedir a un Santo, dijo cuando un hombre, que no era el desgraciado en cuestión sino uno semejante, opinó que pedirle se le puede pedir, lo que no debe el santito es concederlo.
¿Y por qué no debe?, preguntó otro que tenía esas esperanzas. Los Santos saben más que nosotros, calculó, del mismo modo en que Dios sabe más que los Santos, entonces no somos quienes para decirles qué deben o no deben conceder. No es que se lo digamos, dijo la primera mujer, sino que sabemos que ellos, por ser Santos, no andan haciendo de esas cosas.
¿Y cómo lo sabe?, le preguntó el hombre a lo que la mujer empezó con un largo relato de su fe y la de sus padres y la de los padres de sus padres, tanto que aburrió a la concurrencia que se fue yendo disimuladamente.