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9 de Octubre,  Jujuy, Argentina
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Fiesta de un pueblo: Santa Rosa de Purmamarca

Jueves, 30 de agosto de 2012 22:16

TILCARA (Corresponsal). Después de la última procesión del miércoles: ponche, kermese y una bella composición de fuegos artificiales bajo la noche purmamarqueña. Los estallidos se abrían sobre el cielo negro, cuando ya no se veían las faldas de sus cerros, y costaba no pensar que se abrían como una rosa. La zampoña de Rodolfo Altamirando, que junto a otros docentes de Talleres Libres tocaban sobre el escenario de la escuela “Pedro Goyena”, se seguía escuchando hasta en una plaza donde ya no había puestos, y el campanario de la capilla brillaba iluminado.

Al otro día, el mismo 30 (ayer) cuyo cielo celeste desdecía los decires de la tormenta de Santa Rosa, la gente se empezaba a juntar en la plaza del pueblo: los bombos de los sikuris y los hombres con sus cañas, los celebrantes con sus plumas, los turistas con sus cámaras fotográficas y los políticos con sus trajes.
Las empanaderas paseaban su perfumada mercancía en sus canastas, los brazos inmensos del árbol cobijaban a quienes sufrían del sol, y los gauchos hacían que sus caballos golpearan con sus cascos el asfalto de la ruta, ya llegando para el desfile.

Los ecos de la misa sobre el atrio y más allá, la voz y la presencia de César Daniel Fernández, obispo de Jujuy, los escolares con su guardapolvo blanco y las vecinas con sus mejores polleras, hasta que, ya cerca del mediodía, las palabras de salutación, las matracas llamando a soplar las cañas, los samilantes batiendo plumas, samilantes jóvenes que repiten la tradición de sus abuelos, y la imagen de la Santa, a quien popularmente se llama de Virgencita, con su vestido blanco y su capa negra, ambos bordados con el cariño que le tienen las manos de nuestro pueblo.

La procesión partiría, precedida de estandartes y con tantas otras imágenes en su compañía, cuando las cabezas de los purmamarqueños y sus amigos parecían ser un mar por el que andaba la primera santa americana. Los abuelos sabían de esa ceremonia, que aún se sigue, de hacerse pisar por los santitos, y esa era la sensación que daba ver pasar la procesión, pero no ya con los fieles arrodillados bajo la urna, sino con ella andando, delicada, lívida, por sobre todos ellos.

Los emplumados bailaban sin darle la espalda, las bandas tocaban sus sones proclamando una convicción que va más allá de las palabras, los fieles se turnaban para llevar a Santa Rosa de Lima sobre sus hombros, y ella sobre todos mirando levemente hacia abajo, con el timón de la ciudad salvada colgando de su muñeca izquierda, con el Niño de pollera blanca en su diestra, y el andar pasaba por delante de las arcadas del viejo cabildo para recorrer las calles del pueblo.

Luego, un día de fiesta patronal como la viven los pueblos quebradeños, porque habría desfile de las instituciones y almuerzo comunitario y, en algún patio, taba y gallito ciego, fiesta y reunión en ese encuentro que cada comunidad comparte con su Santo protector.
 

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