Durante mucho tiempo nos enseñaron que pensar en uno mismo era sinónimo de egoísmo. Que postergarnos, callar lo que sentimos, adaptarnos aunque duela y estar disponibles para todos a toda hora, era la forma correcta de vivir y de amar.
inicia sesión o regístrate.
Durante mucho tiempo nos enseñaron que pensar en uno mismo era sinónimo de egoísmo. Que postergarnos, callar lo que sentimos, adaptarnos aunque duela y estar disponibles para todos a toda hora, era la forma correcta de vivir y de amar.
Aprendimos a ser buenos a costa de nuestro bienestar, creyendo que sacrificarnos era la única manera de ser aceptados, valorados o queridos. Pero ¿qué pasa cuando esa forma de vivir nos aleja de nosotros mismos? ¿Qué sucede cuando la vida comienza a doler en lo más íntimo, no por lo que ocurre afuera, sino por todo lo que nos dejamos de dar?
Priorizarnos no es egoísmo. Es, al contrario, un acto profundo de responsabilidad, de amor propio y de consciencia. Es reconocer que nadie más habita nuestro cuerpo, nuestros pensamientos ni nuestras emociones. Que solo nosotros sabemos cuánto nos pesa aquello que callamos, cuánto nos duele lo que toleramos, cuánto nos limita lo que sostenemos por costumbre o por miedo a herir.
Cuando elegimos priorizarnos, no estamos dejando de amar a los otros. Estamos eligiendo amarnos también a nosotros. Estamos aprendiendo a ocupar un lugar en nuestra propia vida. Ese que, por diversas razones, quizás postergamos durante años.
No es que los demás ya no importen, sino que aprendemos a darnos un lugar entre lo que importa. Es aprender a decir que no sin culpa. Es entender que un "no" a tiempo puede ser una forma de cuidar los vínculos, de poner claridad, de ser honestos.
Es también tener el coraje de alejarnos de lo que nos lastima, aunque se trate de algo o alguien muy querido. Porque cuando priorizamos nuestra salud emocional, física o mental, también estamos honrando la vida que se nos dio, cuidando el instrumento más valioso que tenemos para transitarla: nosotros mismos.
No se trata de ser el centro del universo, ni de vivir desde la soberbia o el ego desmedido. Se trata de ser el centro de nuestro propio mundo interno, para poder vincularnos desde la autenticidad y no desde la necesidad de aprobación.
Quien se prioriza no se cree más que nadie; simplemente se reconoce tan valioso como los demás. Y ese reconocimiento cambia todo. En el camino del desarrollo personal, priorizarse también implica revisar nuestras creencias, nuestros mandatos y nuestras lealtades invisibles.
Preguntarnos cuántas veces actuamos en contra de nosotros mismos por miedo al rechazo o por fidelidad a una forma antigua de ser. Cuántas veces cuidamos tanto a los demás que nos descuidamos por completo. Y comprender que ya no queremos seguir viviendo así. Es fundamental entender que priorizarnos no significa hacerlo todo solos. Significa saber cuándo pedir ayuda, cuándo parar, cuándo descansar. Significa tener rutinas que nos hagan bien, espacios de disfrute, vínculos que nos nutran, palabras que nos enriquezcan. Y también implica alejarnos de aquello que nos apaga, que nos tensiona, que nos obliga a forzarnos para encajar.
La vida se vuelve más liviana cuando dejamos de exigirnos estar siempre bien para los demás y comenzamos a estar bien para nosotros. Cuando escuchamos nuestras necesidades sin juzgarlas. Cuando comprendemos que ser coherentes con lo que sentimos es una forma de vivir en paz. Porque el cuerpo y el alma se resienten cuando nos traicionamos constantemente.
Al priorizarnos, les enseñamos también a los demás que somos personas con límites, con emociones, con necesidades legítimas. Que no todo está disponible todo el tiempo. Que amamos, pero que también nos amamos. Que acompañamos, pero que también necesitamos ser acompañados. Y esa es una enseñanza poderosa, especialmente para quienes nos rodean, para nuestros hijos, nuestras parejas, nuestros amigos.
Es tiempo de cambiar la narrativa. De dejar de asociar el amor propio con el egoísmo. De comprender que cuanto más llenos estamos de nosotros, más genuinamente podemos dar. Que cuando nos elegimos cada día, con respeto, con compasión y con valentía, comenzamos a vivir desde un lugar mucho más verdadero. Porque nadie puede dar desde el vacío. Y nadie puede sostener lo que no sostiene primero en sí mismo.
Priorizarnos no nos aleja del mundo, nos conecta de un modo más real. No nos vuelve indiferentes, nos vuelve presentes. No nos hace egoístas, nos vuelve íntegros. Y en esa integridad, empezamos a construir una vida con más sentido, más libre, más fiel a lo que somos.
Hoy, priorizarse es un acto revolucionario. Pero también es un acto de amor. Y como todo acto de amor auténtico, transforma. Namasté. Mariposa Luna Mágica.