Les repito que el Joe Díaz era un buen tipo, pese a que los playboys suelen tener mala fama. Sabía explicar que es una descortesía despreciar una propuesta de amor, y que no era descortés. Como era tan lindo, no le faltaban avances, así que su vida amorosa fue de lo más variada al contrario de la de su hermano el Pleuro, que terminó siendo ermitaño.
Pero todos comentaban esa persistencia en mostrarse cada tanto con la Tostina, una joven medio feucha y sin gracia que despertaba las más variadas opiniones. Algunos sostenían que romanceaban porque, de tanta mujer bonita, al Joe ya no le interesaba la belleza, cuando otros decían que lo hacía de bueno que era nomás. No era de mezquinar su simpatía, aceptaba pasear a la vista de todos con quien se le acercara, y eso eran todas. Ya más grandecito solía decirles a sus compañeros que a ustedes les sirven siempre menú fijo pero yo tengo todo el menú para elegir, idea que podía sonar medio soberbia de no ser porque se sabía de su generosidad.
En el pasacalle de egresados, para que ninguna se sintiera mal, fingió una faringitis y se quedó en la casa. A nadie le llamó la atención esa decisión, era como que de alguna manera se la esperaba. Lo que fue comidilla de todos los comentarios es que la Tostina tampoco asistió y se supuso que fue a visitarlo. Tan bueno era el Joe que, a los diecisiete, aceptó la propuesta de casamiento de la Lucinda, capaz que la muchacha más bonita del barrio y de humor inversamente proporcional, y así fue como construyó su primera familia.